martes, agosto 01, 2006

Un muerto es un muerto

Adriana Bertorelli Párraga

(De las series Age Map de Bobby Neel Adams)


Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.


J. Lezama Lima

Un muerto que se precie, un muerto serio, un muerto tieso y frío con carné de fetramuerto debe tener, al menos, una cabeza de repuesto. Para un occiso común inscrito en sindicato, cualquier noche es propicia para desaparecer, quitarse la cabeza como en un acto de prestidigitación, cargarla en peso y colocarla sobre el mostrador una vez que el dependiente ya pasó el trapito rancio. Siempre una cabeza será más pequeña que la otra, que observa a su hermana mayor siendo cargada como caja y la juzga. Tan pesada, casi cayéndose, los ojos saltándose de las órbitas, corazón desacostumbrado a los parques de atracciones. A veces la pequeña observa de lejos a su rival aventajada, o tal vez de cerca, con una curiosidad científica, casi agropecuaria y ya no parecen una sola en este desprendimiento. Y la pequeña la mira, agotada tal vez de ser la cabeza visible, sabiendo que hay vínculos que no figuran en las tarjeticas de condolencias y que no se explican con la m de muchacho ni la u de uva. Se podría hablar de una medida sustitutiva de libertad post mortem, de libre albedrío, sonrisa de iguana girando aplastada, implantada en la rueda de un autobús. El hecho, debidamente documentado, enumera los pro y los contra de esa desazón tan amarilla que clava los recuerdos del difunto como una mariposa en vidrio con las alas extendidas. Nunca un lado es exacto al otro aunque parece. Jamás los recuerdos corresponden a lo que en realidad se vivió.

Cualquier momento es bueno para no volver a existir por cuenta propia, cerrar los ojos y no estar más o convencerse anestesiado. Tiene sentido, o al menos debe tenerlo, para que el cadáver tenga éxito. Inventar sinónimos que definan la falta de existencia, subterfugios inundados de excusas, aclaratorias para quienes quedan atrás, recogiendo la ropa del muerto y llorándolo y escuchando las canciones de Julio Jaramillo que tanto le gustaban.. Mientras la cabeza grande late de pura biografía, su hermana diminuta se siente ahora protagonista, ya no tanto asfixiada por la otra, si no con una ilusión de autonomía risible y francamente conmovedora: sin jamás haber brindado, ni besado, ni ladrado, ni tener paladar, es tan cadáver como la otra. Y sin boca maldice en voz baja no poder morir por sí sola, porque la peor forma de extrañarla es teniéndola tan cerca, vaticinando.

Cualquier instante es justo para huir de la gran cabeza extirpada, bengalas en los ojos, terciopelo y pajaritos. La pequeña la mide, agarrando impulso, maquinando vuelo, pero no cabe existir sin su reflejo mejor. Una piensa en la otra, caminante como algunos infartos, sin poder encontrar el pulso, desclavado, al momento de empujarla inconsciente por el desfiladero. Óxido y olor a animal muerto, el frío de las neveras, la etiqueta en el pie izquierdo, dormideras y malojillo para la huida, los ojos girando sin pestañear, cada vez más rápido, cabellos empegostados, tierra, cielo, tierra, cielo, tierra, tierra, tierra, pañales desechables y toda clase de fluidos humanos. Inusitada constelación de cuerpos celestes, pero cuerpos al fin.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

muy bello escrito

8:54 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Adriana Bertorelli es sin duda mi poetisa favorita.

5:39 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

un muerto nunca es igual a otro, a menos que se muera en caracas a donde a nadie le importa nada...salud por la vida

2:37 p. m.  

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