martes, agosto 01, 2006

Misteriosa editorial


¿Qué cosa más misteriosa que una pregunta?
¿Qué más temible que una respuesta?
¿Dónde velan a los chinos?
¿En los velorios chinos sirven galleticas de la suerte?
¿Se cuentan chistes los chinos en los velorios?
¿Has escuchado alguna vez un chiste chino?
¿Qué escribir esta vez si no se nos ocurre nada para la editorial?
¿Por qué no poner un montón de preguntas?
¿Acaso la vida no es una preguntadera?
¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos?
¿No es verdad que nos morimos sin responderlas?
¿La gente se creerá este cuento de una editorial sólo de preguntas?
¿O pillarán que nos dio pereza y por eso hicimos esta vaina?
¿Qué preguntas se hicieron nuestros perpetradores?
¿Cómo es el asunto del amor y del hambre entre los lobos caraqueños?
¿Cuántos gatos muertos se nos está permitido ver un domingo en la mañana?
¿Es verdad que a Pinocho lo persiguió un mono radiactivo en un homenaje al maestro Leoncio Martínez, al que siempre hemos de volver, porque a los maestros siempre se vuelve?
¿En qué se ocupa un fakir cuándo se queda sin su trabajo habitual?
¿Qué tan divertida puede ser una funeraria en los tiempos de Rafael Caldera?
¿Cómo es eso del suicidio diario y tan breve como un mini-texto?
¿Dónde viven los hombres ratas?
¿Es cierto que el humor negro y el terror son hijos de una misma madre infernal?
¿Cómo vive la vida alguien que se llama Tomás Muerte?
¿Por qué un cadáver es un mensajero abnegado y la entomología un sueño de lombrices?
¿Dónde queda el lago tétrico de los que siempre se tumban el vuelto?
¿Qué hace Prada en una funeraria?
¿La caseta se llama TARDIS pero el Doctor cómo se llama?
¿Será que sólo queda una mujer sobre la faz de la tierra que escriba para nosotros?
¿Por qué el Fósforo no escribió esta vez para la funeraria?
¿Dónde está el texto de Benshimol?
¿Será que a Sergio Márquez lo están torturando en este momento?
¿Y tampoco tenemos fotógrafo?
¿Seguirá sosteniéndose el engaño de esta editorial pusilánime?
¿Los hermanos Chang aceptarán que matemos el tigre de esta manera?
¿Por qué nos mandaron a montar una funeraria esta vez?
¿Será que dentro de las urnas va opio, o mujeres barbadas que luego se prostituirán en los burdeles ambulantes de Sabana Grande, o estarán repletas de lumpias de contrabando, o de galleticas de la suerte?
¿Es verdad que todas las galleticas de este velorio dicen “hoy tendrás un encuentro con la muerte”?
¿Un encuentro con la muerte?
¿No podemos ser más originales?
¿Y si mejor terminamos de una vez con esto?
¿El truco de la serpiente que se muerde la cola será efectivo?
¿Y si probamos…?
¿Qué más misterioso que una pregunta?
¿Qué más temible que una respuesta?
¿Dónde velan a los chinos?
¿Se terminó esto?
¿Por fin?
¿El fin…?

Fedosy Santaella y José Urriola (testaferros y filósofos mayéuticos)

FRAGMENTOS PARA LOBOS (Mientras llueve allá afuera)

Humberto Valdivieso


1.- Un poco de placer es lo que todos buscamos. Sabemos que está en la casa, en la calle, en un beso, en la sangre y en las ideas. Soy un buscador de sensaciones que no me pertenecen, un espía anónimo que encuentra alguien como tú y le sigue hasta que encuentra a otra persona también como tú. Me gustan los días con lluvia pues el agua exacerba los deseos de la gente. Un chocolate caliente, unas piernas que se juntan inesperadamente bajo las sábanas, una mujer que compra un perfume mientras amaina el aguacero, alguien que duerme. Pequeños placeres, momentos íntimos que saboreamos rápido. No son de los que se piensan todos los días: pueden pasar años guardados en una gaveta. No en aquella de uso más frecuente sino en la más modesta, en la que se llena de polvo y con la cual tropezamos sin querer en otra tarde de lluvia.

2.- Una taza llena de murmullos es algo que todos los mamíferos podemos escuchar. No importa si está servida en casa o en algún lugar de tránsito; en tiempos como estos sus amargas palabras no ofrecen tregua. Mujeres con olfato han dejado marcados sus labios en ella mientras bebían los deseos de los que jamás las tendrían, hombres enmascarados vaciaron ahí algunas lágrimas que sabían a imprudencia, amantes que volaban sobre Caracas la escondieron mientras rompían su mente rastreando un lugar donde estuviese lloviendo. Como había luna llena los dementes no la tocaron, solo comenzaron a aullarse unos a otros.

3.- Un eremita que vivía en Los Palos Grandes trató de leer el destino de dos que se perseguían en un bosque. Estaba en Café Arábiga cuando rompió la taza. No soportó el aroma de los comentarios que quedaban en el fondo. Antes de llegar a la Séptima avenida, justo frente a la casa donde un árbol se aferra a la parte superior de la fachada, fue despedazado por una manada de lobos blancos. Nadie volteó, sus gritos no eran para los humanos: ellos estaban haciendo el amor.

4.- El spray que cambia de cuerpo lo utilizaban los homosexuales mientras olfateaban sus heridas después de una noche de sexo. Las mañanas no piden permiso para explicar lo que sucede durante las rojas madrugadas. Unos se tiñen el pelo con mechones de colores, otros afeitan su cuerpo con hojillas inalámbricas y los desprevenidos festejan a la salida de los laboratorios. Durante el día las manadas se cruzan en la calle sin reconocer el olor de sus iguales, a las siete de la noche todos encuentran una moneda de plata, un lápiz labial y un abrigo de piel.

5.- Cuando sentía ansiedad me balanceaba hacia delante y hacia atrás. Estaba seguro de que aquello no iba a tener ningún efecto sobre mis emociones y mucho menos haría que mis pensamientos dejaran de arañarme. Desde ahí podía ver el monitor ausente de mensajes y palabras. Ella decía que las palabras eran una buena compañía y para mí siempre fueron un frasco de píldoras que tragaba con frecuencia.

6.- Las huellas de labial sobre la almohada trazan el mapa que nadie se atreve a recorrer. No obstante, hay manos que exploran cuerpos mientras los ojos permanecen cerrados. Nada buscan, sólo están cumpliendo un ritual de apareamiento. Manos sobre manos, aullidos y lenguas sobre lenguas que cubren sábanas y ojos sedientos. Ella carga sobre su espalda miles de mordidas y aún así no olvida el olor de la manada. Sabe que nadie escoge su momento, por eso, mientras los otros se matan por una presa, ella lo espera, a oscuras, en la habitación.

7.- Tú, que nunca saliste de la habitación ahora estás condenada a cerrar las grietas de mi piel. Cuando viajábamos sobre nuestros paladares como dos adolescentes la gente se preguntaba si habíamos pecado alguna vez. Yo mostraba tu tatuaje y tú, sonriente, levantabas mi cabello para dejar ver la cicatriz. Éramos una pareja de circo, unos criminales, dos balas perdidas que estallaban en cuerpos desesperados y hambrientos. Saltábamos de ciudad en ciudad cantando rock and roll en bares underground y haciendo el amor en los baños públicos. Nunca seguimos a los socialistas porque nos daban náuseas, nunca entramos a una iglesia por temor a desaparecer; jamás robamos un banco. Durante años nos encerramos a ver TV y fuimos humildes. Así vivimos hasta que llegó el zarpazo y me dejó aquí, sangrando, abrazado a tu pecho.

8.- Cuando eran seres humanos amaron a sus iguales a tiempo y con mucha desesperación. Durante el día atendían cafés, hacían masajes, daban clases y algunos hablaban por televisión. Las noches de luna no soportaban el olor a sexo y desaparecían de los balcones de sus amantes. Nadie podía sospecharlo pero tenían rutas fijas y sitios de reunión que cambiaban dependiendo de la manada. Algunos, luego de encontrarse en un mirador, recorrían la avenida en dirección al oeste y, antes de llegar al bosque, volteaban en la esquina de la casa donde un árbol se aferra a la parte superior de la fachada. Ahí la calle estaba siempre encharcada, con olor a desperdicios y láminas de piel.

9.- Una vez, huyendo de la policía, llegaron por azar a una plaza donde todos estaban rezando con las manos aferradas a las manos. Tuvieron éxito pues consiguieron una excusa para vomitar hasta el último trago de ideología y hacer penitencia. Cuando lograron pasar desapercibidos penetraron el pecho de los fieles con sus dientes y, mientras aquellos gritaban de dolor, volvieron mansos hacía los balcones.

10.- Un día que todo estuvo en calma meditaron, uno frente al otro, como si no hubiesen herido a nadie. Cuando llegó la madrugada vistieron ropa adecuada y saludaron a la gente con ademanes nocturnos. Luego caminaron largas horas con las lenguas aferradas a las lenguas. Hasta la próxima luna.

11.- Los anacoretas de Los Palos Grandes ninguna vez obsequiaron un segundo de atención a los lobos, a los vampiros ni a los que tragan sal. Sólo existían para sus espaldas atormentadas por la vara, para los que rezan dentro de taxis imparables y para aquellos capaces de besar sus heridas de madrugada. Los lobos conocían el destino de aquellos santos y sonrieron.

12.- Muertos de hambre, en manada y a tiempo comieron juntos lo que dejaron sobre la mesa esos que hablaban de amor. Ellos llegaron luego pues no estaban invitados al festín de los que jamás se rendían. Hubo palabras, gruñidos, gemidos, aullidos, gritos y mordiscos. Luego, mientras la mayoría dormía la siesta, unas manos inquietas estuvieron abriendo surcos sobre la espalda deseada: sin inocencia.

13.- Una noche luna sobre Caracas, para dejar salir las miradas de la casa de ella y los tatuajes de la vida de él, se amaron desesperadamente. Y tuvieron suerte, de no morir.

Historia de gatos un domingo en la mañana

Carlos Zerpa

He visto a un gato gris que venia caminando calle abajo y de pronto ¡Pufffff!!! Se prendió en llamas como una verdadera antorcha.

Iba a emprender mi típico caminar de los domingos en la mañana, ese rutinario caminar matutino y dominguero, cuando veo el cuerpo de otro gato que amaneció abombado junto a la reja del garaje de mi casa, me pareció que vino desde lejos justamente a morirse aquí, no tenia en su cuerpo muestras de maltrato físico, la poca sangre que había salido manchó la acera, salía un hilo rojo por su nariz y por su boca abierta… ¿hemorragia interna?

Era un gato blanco, tan grande y fuerte que parecía un perro, como si fuese una pantera blanca, el estar abombado y a punto de explotar hacia que su apariencia fuese la de un animal mucho mas grande… Lo levanté por la cola y lo metí en una bolsa grande y negra para la basura, de pronto me di cuenta que de su boca comenzaba a salir fuego, como si fuese un dragón… Anudé el extremo y llevé el pesado cadáver al otro extremo de la calle, across the street… Al poner la pesada bolsa en el piso justo sobre la grama, de pronto ¡Pufffff!!! Se prendió también en llamas.

Entonces descubrí sobre la grama el cuerpo de otro gato muerto en idénticas condiciones, un gato con rayas como de tigre pero de color gris y negro… Grande, gigantesco, abombado, a punto también de explotar y de hecho a los pocos minutos ¡Pufffff!!! explotó en llamas.

¿Pero que hace que un gato explote espontáneamente en llamas sin ser dragón?

Supe del caso de un gato que estaba durmiendo tranquilamente en un sofá, en Londres en el año de 1986, cuando repentinamente abrió su boca y de ella salio un chorro de candela, un aliento de fuego cual dragón, para repentinamente explotar todo su cuerpo en llamas y quedar reducido a cenizas, sin que el sofá se quemara… Y eso mismo estaba pasando con estos gatos justo frente de mi casa.

Al alzar la vista veo a un tercer gato muy grande que viene bajando la calle con dirección a mi casa, su cuerpo viene tambaleándose y ya casi no lo sostienen sus patas viene gordo y es de color amarillo… Un hilo de sangre se asoma por su nariz… de su entreabierta boca sale humo.

Pinocho y el gorila radiactivo

Roberto Echeto




En una noche oscura Pinocho y Petipuá
un largo paseo en carro fueron a dar.
Todo iba de maravillas en el viaje,
hasta que explotó el volvagen.





Largo rato pasaron entre grillos y ranas
hasta que caminar por el monte decidieron.
Muy pronto tenaces ambos anduvieron
por un oscuro sendero que les sacó canas.





Una dura hora a pie los llevó directo
a un castillo que se veía entre la garúa.
Daba miedo y desazón, pero era perfecto
para pedir un teléfono y llamar a una grúa.





Una vez dentro del horrible lugar
lleno de telarañas, insectos y ratones,
Pinocho y Petipuá se pusieron a temblar
porque quien los invitó a pasar olía a protones.





Era un mono con mirada de frigorífico
que, mientras les ofrecía una cerveza
les hablaba claro y con suma fineza
sobre sus experimentos científicos.





Pero nuestros amigos no tuvieron pudor.
Sin decir palabra despavoridos huyeron
cuando el gorila brilló con eléctrico fulgor,
y flotando sobre ellos lo vieron.

El halcón pálido y el fakir lívido

Enrique Enríquez

¿Qué es un fantasma?

Me cuenta un amigo que en Kampala hay una cueva donde uno va a capturar espantos. Botella vacía en mano, aquellos que necesitan un guía del más allá entran en esta caverna africana y atrapan a un espíritu, para irse de lo más contentos con su fantasma embotellado a casa. Algo parecido ocurre en la tradición Voudou, donde al año de muerto, los familiares de un difunto contratan a un Hougan para que recobre su alma, metiéndola en una botellita que a partir de entonces se venera en el altar familiar; y hay quien dice que si a media noche alguien toca a tu puerta no debes jamás decir "Sí, ¿buenas?", porque del otro lado lo que hay es un brujo, practicante de la Regla Conga, listo a atraparte la voz en una botella, para someterte a todo tipo de fechorías. Malandros esotéricos, que llaman.

Todos tenemos un fantasma dentro, y la muerte es algo así como un descorche. Por eso, si alguna vez escuchan que alguien los llama por su nombre, y al voltear no ven a nadie, corran. Ahí hay otro brujo buscando robarles el alma, o la sombra, el dibujo animado más antiguo de la historia, y un fantasma que todos llevamos a cuestas. Brujo o no brujo, ¿quién no se ha asustado con su sombra alguna vez?

Pero, ¿qué es un fantasma?

Es tan complejo entender qué es un fantasma como entender quién está vivo. De pronto uno va caminando por la calle, creyéndose de lo mas acompañado, y resulta que todo aquel que vemos es una sombra de sí mismo y sus memorias. Yo mismo me he sentido un fantasma cuando recorro ciertas librerías, y veo publicados libros que a mi se me ocurrieron, y cuyo interés no logré despertar en nadie porque "eso no se va a vender". Entonces, veo la foto del autor en la solapa y me siento como un muerto asomado al mundo de los vivos; sin saber muy bien a quién halarle las patas en venganza.

En algunas tradiciones, los animales son seres supernaturales. Por eso fue que Clint Eastwood no pudo dispararle al elefante al final de "Cazador blanco, corazón negro". En nuestro lado del mundo los animales negros se tienen por misteriosos y malignos; pero en la tradición Celta, por ejemplo, son los animales blancos los que se consideran auténticos fantasmas. Debe ser verdad, a juzgar por lo que nos pasó el otro día a mis hijos y a mi, en la esquina Noroeste de Central Park.

Llegamos a una esplanada circular de hierba, en cuyo centro se asoman unas piedras enormes, casi como el cogote de un gigante enterrado. Matías, mi hijo menor, decidió que este lugar era mágico; y Emilio, mi hijo mayor, decidió que en ese caso, el lugar era perfecto para jugar con sus figuritas de Pokemón (Bendito sea Pokemón, hoy, mañana y siempre). Nos sentamos en la grama, y me dispuse a leer un libro que llevaba, cuando escucho a Emilio gritar aterrado "¡Papá, un pájaro le pegó a otro pájaro!"

Volteé sin entender nada y me encontré con que a diez metros de nosotros se había parado un halcón enorme con una paloma agonizando entre sus garras. Emilio me contó que le había visto arrancar a la paloma de un techo cercano, para venir luego a posarse allí, frente a nosotros. De inmediato reconocí a "Pale Male" (http://www.palemale.com/), el halcón-rockstar que vive todo el año en Central Park, y que se reconoce a simple vista por ser "pálido", esto es, más claro que un halcón normal. Yo ya había visto a este halcón docenas de veces, en el techo de algún edificio o museo, pero así, de cerca, me pareció enorme. (Por cierto. Quien quiera tener un encuentro con lo sobrenatural, hágale una visita al águila Arpía del Parque del Este, en Caracas. Ese animal es la mejor imagen de dios que he visto).

Pese a que hasta ese momento habíamos estado solos, un tarado portando un celular con cámara salió de la nada, y desconociendo el significado de la palabra zoom, comenzó a avanzar hasta el halcón, dispuesto a fotografiarle -más bien a fotocopiarle- la retina. (Interrumpir la realidad, para tomar una de esas foticos digitales, como si unos pobres pixels pudiesen de verdad sustituir a una vivencia, es uno de los peores actos de mal gusto de la sociedad contemporánea. Eso, y el que aún no se hayan inventado las curitas para negros). El ave agarró su pichón y se fue, dejando una estelita de plumas como la del correcaminos. Le seguí con la vista y pude ver que se posaba en un árbol cercano, donde no pudo quedarse a cenar porque los pajaritos que allí tenían su nido comenzaron a gritarle que se fuera. Así, el halcón fue cargando su botín de árbol en árbol, siendo expulsado de cada uno la avecillas furiosas. (Sí, el tema de la vivienda en Nueva York es duro para todos).

Finalmente, el halcón se posó en un árbol deshabitado. Nos colocamos bajo él, y le vimos desplumar a la paloma. En segundos, bajo el árbol llovían plumas, que bajaban como en cámara lenta, semejando esas semillas que rotan como helicópteros. Estuvimos allí, bajo esta lluvia surreal y poderosa, y luego nos fuimos, convencidos de que Matías tenía razón: estábamos en un lugar mágico.

A veces sospecho que la receta para la felicidad consiste en invocar a los fantasmas, pero rezarle a los vivos. Después de todo, es de los vivos de quienes espero los mayores milagros. Harry Houdini prometió a su esposa regresar del más allá si encontraba la forma, pero tardó tanto que a la pobre mujer no le quedó otra que irlo a buscar. Sin embargo, y hasta el día en que la Muerte los hizo coincidir de nuevo, ella jamás perdió la fe en su marido. ¿Cómo iba a perderla? No creer en que los muertos regresan al mundo de los vivos es simplemente no creer en la plegarias, pues si desde que el mundo es mundo los hombres han hablado de fantasmas y ese deseo a coro no los puede materializar, rezar no sirve para nada.

-¡Muerto! -la voz del forense retumbó en la morgue, vacía excepto por dos cadáveres aún vestidos que dormían sobre las mesas de un acero más indiferente que frío- Mi esposa tiene tres días diciendo que yo estoy muerto. Si le hablo me ignora, si me le planto en frente hace como que no me ve. ¡Ayer metió un hombre en mi cama!

-¿Y el hombre no te vio? -preguntó el patólogo.

-¡Claro que me vio! Me vio y me oyó, cuando le grité que qué hacía en la cama con mi esposa.

-¿Y tu esposa qué dijo?

-Le dijo al muy maldito que yo era un fantasma, y siguieron cogiendo de lo lindo.

Diez años trabajando en esa morgue habían acostumbrado al patólogo a las desgracias absurdas, por eso se aproximó a la primera mesa sin dar importancia a lo que acababa de oír, levantó la sábana tendida sobre el fakir y preguntó:

-¿Y éste de qué murió?

-Ataque fulminante al corazón -el forense consultaba la tablilla colgada a los pies del muerto- sólo hay que lavarlo, porque el hombre justo esta mañana le había vendido su cuerpo a la universidad. Nada mas firmar el contrato, cayó muerto.

-¡Qué oportuno! -comentó distraído el patólogo, levantado la sábana que cubría al segundo cadáver- ¿y éste?

-Apuñalado. No tiene nombre, ni documentos, ni nada.

-¿Tienes hambre? -graznó el patólogo como única respuesta.

-Sí, la verdad. Con el cuento de que estoy muerto mi mujer ya no cocina.

-Pues vamos a comernos una hamburguesa aquí al lado y después nos encargamos de este par. Así aprovecho de contarte cómo me fue en mi cita con la taxidermista.

-¡Perfecto!

El eco de la voz de los hombres abandonó por completo aquella salita fría. El fakir se levantó de golpe, tiró al suelo la sábana que lo cubría y se estiró como un gato que acabase de dormir una larga siesta.

Tras quedarse sin trabajo en un programa sabatino de variedades, cuando la gente se cansó de verlo pisar carbones encendidos o perforarse los párpados con clavos ardientes y el rating de su sección bajó, el fakir se dedicaba al negocio de vender su cuerpo. No como esas damas consagradas a la profesión mas antigua del mundo, sino de verdad. De ciudad en ciudad y de país en país, él y su esposa iban visitando laboratorios y universidades que pagaban bien por un cadáver fresco y entero. Acordada la transacción firmaba todos los papeles y entonces, requerido como estaba de dinero inmediato, hacía gala de su dominio físico y moría "casualmente" frente a todo el mundo. Paralizaba su corazón a voluntad y se tendía en el suelo tan quieto que podía sentir cómo le crecían las uñas, en una actuación que -sin importar la opinión de los productores televisivos que lo echaron a la calle, obligándolo a esta vida de estafas ambulantes- era perfecta. La universidad se hacía cargo del cuerpo, su esposa recibía el pésame, simulaba dos lágrimas, se llevaba el cheque y lo esperaba en casa, pues el fakir aprovechaba el primer instante en que lo dejaban solo para levantarse y escapar.

La de hoy había sido una jornada más larga de lo habitual, y luego de mantener pasmados sus signos vitales todo el día, estaba ansioso por marcharse. Una vez que sus ojos se acostumbraron a la penumbra de la morgue dio un paso sigiloso hacia la puerta y en ese instante escuchó un ruido. No estaba solo. Supo que no había tiempo para hacerse el muerto de nuevo y giró la cabeza despacio en dirección a lo que él pensaba serían los doctores pero resultó para su sorpresa el hombre sin nombre de la camilla de al lado, que se había levantado también y lo miraba con el aire casual de dos colegas que se encuentran frente al termo de café de la oficina. Pasado el susto inicial, el fakir se enfureció por la imprevista competencia y decidió poner al tipo en su lugar antes que el muy sinvergüenza fuese a tomarle el gusto a la faena.

-¿Qué tal? -dijo el fakir forzando un tono amistoso.

-Bien -contestó el hombre sin nombre- esto no es tan horrible como pensé.

-No, no lo es. A la tercera vez ya es pan comido -prosiguió el come-clavos con ironía dulzona.

-¿Tercera? ¿Has hecho esto antes?

-Montones de veces.

-Entonces es verdad que uno regresa…

-Claro que uno regresa -el tono del fakir fue increscendo hacia la ira acompañado por las venas de su cuello- Es tentador, ¿no? Fácil y se gana buen dinero, pero esta es tu primera y última vez, ¿comprendes chico listo? ¡Última! No te acostumbres. No le tomes cariño a la idea porque no te quiero ver de nuevo, ¿está claro? Si vuelvo a encontrarme con tu estúpida cara te va a ir mal. ¿Vas captando? No te quiero en mi camino. Así que lárgate de aquí y no vuelvas a meter la narices donde no te llaman. ¿Entendido? -e inclinándose sobre el cada vez más pequeño hombre sin nombre- ¡Largo!

Aterrado, el hombre sin nombre palideció, dio tres pasos hacia atrás y luego de girarse violentamente salió corriendo hacia la pared. Iba tan asustado que siguió sin detenerse y la atravesó en forma limpia, desvaneciéndose entre las baldosas de cerámica verde aséptico.

El fakir miró de nuevo a la camilla donde el hombre sin nombre había estado, comprobó que su cadáver seguía allí y comenzó a sudar signos de exclamación. Conforme las piernas le flaquean al punto de casi no poderlo sostener y un vacío peludo se le instalaba en la boca del estómago, trató de mirar de nuevo a la pared, como para rehacer el camino que el fantasma había trazado, pero no pudo ver pues el corazón de tanto latir se le estaba saliendo por los ojos. Sintió que se iba a morir por segunda vez en el día, ahora de verdad, y decidió pedir ayuda.

Afuera todo estaba tranquilo y el portero, un gordo panzón y ruidoso, masticaba maní mientras miraba abandonado del mundo un capítulo añejo del show de Lucille Ball, abstraído al punto de ser sólo quijada y ojos. Por eso cuando el fakir avanzó lívido tras él y lo tocó en el hombro para pedirle un vaso de agua con que calmar su pánico, el pobre gordo se atragantó del susto, jurando que había visto un muerto.


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Enrique Enriquez (IM)

www.enriqueenriquez.net

Funeraria Fun

Javier Miranda-Luque


(antes de que sea tarde y degenere en obituario,
homenaje in vitro al Dr. Brillantina Caldera,
furioso patriarca fundador del averno creole
en el que nos estamos consumiendo
y heredero horroris (sic) causa de la séptima paila del infierno)

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“Te voy a matar un millón de veces”
(Chiste rutinario de un comediante asesinado)

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Parecían dos putos jinetes del apocalipsis.

—El hambre es el gran negocio de este mundo –gesticulaba mi abuelo.

—La muerte –sentenciaba mi padre– nos dará de comer, nos vestirá y nos hará ricos a las subsiguientes generaciones de esta familia.

No le faltó razón al viejo, Nostradamus tercermundista que era. La saga familiar se inició con una pequeña factoría de ataúdes anexa a la carpintería de mi tío Eusebio. Infantil, recuerdo acostarme en las alargadas cajas rectangulares de madera y jugar al conde Drácula asustando a mi prima Judith. Años después, en candente adolescencia, las urnas me servían de motel improvisado con mis compañeras del liceo coprotagonizando “pequeñas muertes” que nos erectaban el morbo suicidando proyectiles seminales que garantizaban, así, sus exequias como dios manda.

La modesta ebanistería pronto se metamorfoseó en “consorcio integral de pompas fúnebres” con la adquisición –a precio de gallina con gripe aviar– de un par de funerarias de unos socios portugueses que se pelearon y se devolvieron a su Madeira natal. Pero el verdadero espaldarazo al negocio luctuoso nos lo proporcionó el terremoto que sacudió a la Caracas que celebraba sus primerísimos 400 años el 29 de julio de 1967, durante el período presidencial de Raúl Leoni (uno de los mandatarios menos malos que hemos tenido –deduzco yo– ya que siempre ha sido uno de los gobernantes menos mentados, en todos los sentidos de la palabra). Nuestras carrozas color azabache no se daban abasto para el delivery de tantos difuntos del sismo cuatricentenario. Así que subcontratamos camionetas de transporte escolar y las repintamos de negro, a brochazo limpio, con pintura de esmalte Sherwin Williams ligeramente oxidada. Los deudos quedaron satisfechos con la calidad, puntualidad y sobriedad de nuestro servicio. “Somos una tumba”, propuso mi padre como lema comercial, a lo que yo –autoproclamado jefe del incipiente departamento de mercadeo– me opuse, proponiendo el slogan publicitario que en este tercer milenio ya no suscribimos. O sea: “garantizamos reposo eterno con el glorioso silencio del sepulcro”.

Intentamos montar un cementerio en las adyacencias urbanas, pero las habilitaciones de terreno y permisologías municipales exigían embutir demasiados billetes de alta denominación en bolsillos de diverso calibre. Tampoco resultó lo de las pólizas prepagadas de previsión funeraria. En este país nadie quiere, piensa ni planifica morirse. “Eso ya no es asunto nuestro”, replicaban a nuestras ejecutivas de venta ataviadas con sus minifaldas y medias panty de luto estricto. “Viéndola a usted, a mí lo que se me ocurre, señorita, es otra clase de entierro, ¿no?”

En la pequeña Venecia saudita orquestada por calderas, luisesrreras, piñerúas perdedores correctos y carlosandreses, la gente hacía de todo para no morirse disfrutando la hediondez del dinero que ponía a circular el excremento del diablo. Era una vida de alto octanaje que honraba la venezuelan gozadera y esto no se acaba nunca, así que quien venga detrás que arree, baje la santamaría y apague la luz si es que encuentra el interruptor. Pero (siempre hay un puto pero), otros cataclismos no telúricos, sino sociopolíticos, nos ayudaron a recuperarnos de esa mala costumbre de aplazar la muerte que adquirieron nuestros coterráneos.

Una vez más, la tasa de fallecimientos volvió a estabilizarse, haciendo de los embarazos, maternidades y nacimientos un negocio mucho más jugoso que el nuestro (deseo precisar que los abortos, absolutamente desprovistos de legalidad, no nos proporcionaban rédito alguno, ni siquiera de manera tangencial).

—Y este tampoco es un país de suicidas, como los suecos y noruegos depresivos que se lanzan desde los puentes o los japoneses que se filetean las entrañas –se lamentaba mi padre, malabarista de la tercera edad con sus cañas teñidas de negro marca Bigene y acicaladas con el mismo Brylcream que derrochaba Rafael Caldera (lástima que, en ese pretérito reciente, no hubiesen inventado todavía el Viagra: esas milagrosas pastillitas azules que hubiesen entretenido a mi padre con las escasas viudas disponibles, rescatándonos –a los venezolanos urbi et orbi– del socialcristianismo mesiánico del engominado doctor Caldera que aún hoy nos azota, sin existir dios copeyano que sepa hasta cuándo).

Nadie se vaya a creer que la tragedia de Vargas nos arrojó algún dividendo, ya que la aguada y el lodo se hicieron cargo, a su manera, de la mayoría de cadáveres en ese improvisado cementerio putrefacto de salitre en que se convirtió nuestro litoral metropolitano, puerto escenográfico del seniat y puerta grande de entrada a la república venezolana, con el aderezo de un viaducto deshilachado donde naufraga una autopista caduca que exhibe la afrentosa cicatriz vial de una trocha sinuosamente subdesarrollada.

Con la muerte del siglo XX fallecen, también, mi padre y mi abuelo. Yo heredo entonces la pequeña industria familiar que promueve una menor densidad poblacional sobre el suelo patrio.

Decido modernizar nuestro rubro y me asocio con un ingenioso coreano que fabrica –al mejor estilo Frankenstein– hornos crematorios para cadáveres con desechos de calentadores de gas doméstico y piezas obsoletas de secadoras industriales. Cada cremación nos arroja un saldo en positivo del 1800% (sí, recontraconfirmo la cifra: un mil ochocientos por ciento de ganancia neta, exonerados de gravámenes tributarios).

Insisto en seguir innovando la industria mortuoria en Venezuela y se me ocurre entonces, en aras de conciliar nuestro gentilicio tropical y gozón, un concepto radicalmente revolucionario: celebrar la muerte, aunque no a la usanza mexicana de la fiesta con íconos de calaveras, sino más bien haciendo una especie de “venemix” con las comilonas gringas que se montan post mortem y el estilo jaculatorio de los funerales en New Orleáns con jazz, pero agregándole el son caribe, los tambores negros, el ron añejo, el whisky escocés, las empanaditas de cazón, las minicachapas con queso guayanés, los tequeños, las arepitas fritas con un ligerísimo toque de anís dulce, el bienmesabe, la torta burrera, el guayoyito edulcorado con sweet & low.

Empecé por cambiar, más que la denominación comercial de nuestro consorcio empresarial, el –nunca mejor expresado– “nicho” mercadotécnico: Funeraria Fun. Eso es: la muerte cual fun product. Decesos divertidos. Conmemorados con parrandas folklóricas y desfiles que bailan al muerto: tres pasitos adelante y un pasito para atrás. El fallecido, además, exhibido en capilla ardiente, en vitrina, pues. Vestido con sus mejores galas, de sobria elegancia. Mi prima Judith oficiaba de fashion designer con tonos gris plomo, verde esmeralda, salmón discretísimo y negros absolutamente dark, en plan neogótico.

Yo me sentía jugando otra vez al conde Drácula, darwinistamente evolucionado a noble Nosferatu.

Ahora mismo, gracias a mi inspirada gestión, morir está de moda, es un supremo acto de buen gusto. Morirse es lo último y debe hacerse con clase, rezan mis cuñas publicitarias transmitidas en horario estelar de la televisión digital domiciliaria.

Mañana inauguro otra Funeraria Fun en el Mallsambil de la esquina. Los japoneses me ofrecen instalar franquicias trasatlánticas. Puto jinete del apocalipsis apócrifo y apocado, mi padre el inmigrante se carcajea en ultratumba, alarmando a sus vecinos, muertos de la rabia.

—Por una puñetera vez, escucha la voz de tu padre, hijo mío: la muerte ajena nos proporcionará lo mejor de nuestras vidas.

Amén, pues. In nomine patri. Y el patrimonio familiar in crescendo. Per secula seculorum. Hasta que se rebase la capacidad instalada del infierno y nos devuelvan a los muertos…

¿Para que voten?

Ah, ya sé: ¡podríamos elegir, por tercera vez, al candidato único de ultratumba, prodigiosamente preservado en el formol de su pecaminosa soberbia: el mismísimo e incombustible doctor Caldera!

Cuatro minicuentos

Rigoberto Rodríguez


Pequeño

Estaba tan acostumbrado a vivir en espacios reducidos que al momento de su partida no nos quedó la menor duda de que iba a aceptar de buena gana lo estrecho del ataúd.


Determinación

Me voy a morir para toda la vida.


Bella Durmiente

A la hermosa Carmen se le fue la vida en dormir. Se acostaba temprano y permanecía bajo las sábanas hasta bien entrada la mañana. Hacía largas siestas. Esta mala costumbre le impidió terminar con sus estudios. No le permitió tampoco conseguir un trabajo estable o decente. Un buen día, la hermosa Carmen se quedó muerta en la cama a mitad de un descanso. Un amigo de la familia, con lágrimas en los ojos y al verla en el ataúd, sólo atinó a comentar: ¡Qué linda! Quedó igualita, parece que estuviera dormida.


Mil muertes

Acostumbraba suicidarse a diario con balas de salva.

Reír de terror, morir de la risa

Fedosy Santaella

(De Silent Hill 4)
Cuando uno lee El club de los parricidas de Ambrose Bierce, no puede más que pensar que el humor negro y el terror fueron concebidos en la misma caldera del infierno, entre íncubos y súcubos llenos de pústulas del alma de los hombres.

Creo que tanto el humor como el género literario del terror, tienen una función rebelde y reveladora. El humor se rebela contra los poderes, los ataca, y revela que la realidad no es un foso de aguas mansas y que mientras dormimos otros trabajan en nuestra contra. El terror, el miedo a los sucesos nefastos (el horror es su variante repulsiva, asquerosa) de igual manera es rebelde, rebelde ante poderes que no tienen carne y hueso, sino que están hechos de la baba de nuestros miedos. Rebelde ante la muerte, la putrefacción, lo desconocido. Rebelde porque se niega a vivir en la superficie, porque baja a los infiernos y encara al demonio, lo ve a los ojos y se deja matar y al mismo tiempo mata. Ambos, el humor y el terror, nos sacan de la ceguera, del falso olvido que pretendemos, y nos recuerda que somos seres humanos, que la muerte nos iguala, que los pedestales son de barro. Ambos, nos llevan a la catarsis.

Los antiguos griegos, sabios inmortales, consideraban que el cuerpo humano contenía cuatro líquidos, o humores, relacionados con los cuatro elementos. La sangre, la bilis amarilla, la bilis negra y la flema. El equilibrio de los elementos era indispensable para la buena salud. Si el balance era perfecto, entonces el individuo gozaba de “buen humor”.

Cada persona tenía en su complexión algún humor que predominaba y, digamos, lo gobernaba. Quien padecía de exceso de humor negro, era un hombre triste, de mala voluntad, malvado, cruel. En griego “negro” es Mélanos, y “bilis”, Khole. De allí la palabra melancolía. En el relato La caída de la casa Usher de Edgar Allan Poe, la melancolía es el espectro constante que azota el alma del protagonista. William C. Brownell dice del cuento: “Nada ocurre que no sea trivial o inconveniente comparado con su eficaz monotonía, su atmósfera de fantástica lobreguez y melancolía desintegradora”. Para Edward Shanks es la “presentación de un estado de ánimo”.

El miedo es hijo de la melancolía, y la melancolía es la esencia del ángel caído. La angustia no tiene nada que ver con la melancolía, a pesar de lo que puedan decir los sicólogos y filósofos como Kierkegaard.

En ocasiones, la literatura de terror está escrita bajo el espíritu de una inconformidad social, existencial. Los románticos franceses son un excelente ejemplo de esto. Esa inconformidad con la era de la razón, con el triunfo de la burguesía, los hace volver al pasado, a los lóbregos monasterios, hacia los paisajes decadentes, hacia los perversos aristócratas. Ese es el criadero de la novela gótica, el inicio de Drácula, noble eterno que desprecia a la plebe.

Podemos traer a Bengala de Israel Centeno, para hablar de nuestros tiempos y de nuestra literatura. Allí vemos cómo el terror, lo gótico, es una herramienta de ataque contra los males de la sociedad, contra la corrupción de los poderes, que de tan descarados ya se antojan un miedo sobrenatural, supaterreno. Hay allí también un humor triste, meláncolico, negro, que nos hace sobrevivir.

Un breve hilo cubierto de sangre separa el terror del humor negro. Podríamos decir que en sobrados momentos ese hilo no existe, como es el caso del irónico y mordaz jovencito fabricante de jabones (primero perros, después niños, después sus padres) que Bierce nos presenta en Aceite de perro. ¿Cómo separar allí el humor negro del terror? El mismo Edgar Allan Poe escribió relatos cargados de humor negro y terror. El hombre que se gastó, El ángel de lo singular, etc. Y es que el buen terror se burla de los trapos que arrojamos a nuestros miedos. Incluso, sobre todo en el cine, encontramos situaciones donde el terror se burla de sí mismo, de sus clichés, de sus facilismos. Los franceses han hecho de estos lugares comunes el punto de partida para hacer historias aún más retorcidas, divertidas y especialmente terroríficas. Atomik Circus, le retour de James Bataille, y Haute tension son dos ejemplos muy actuales de este metalenguaje humorístico.

Esa frontera borrosa entre el terror y el humor negro es la demostración, una vez más, de que en la literatura, los géneros son apenas una cuestión acomodaticia, y que además, este asunto no es de data reciente.

Por último, recordemos que pánico viene de Pan, ese dios sátiro que vivía en los bosques, sede primordial, atávica, del miedo, y que se aparecía a los viajeros, produciéndoles un miedo intenso, es decir, pánico. Luego, aunque sátira y sátiro no tienen la misma raíz etimológica, veremos cómo en las sátiras abundan los sátiros, fuerzas avasalladoras, burlescos animales, potencias sexuales que aterran. No hay que dejar a un lado la estrecha relación del terror y el sexo. El sexo que pierde, que eleva, que mata, la pequeña muerte en vida.

Que no quepa duda, el terror y el humor tratan los asuntos fundamentales del alma humana, y son géneros dignos y excelentes de la gran literatura.

Yo soy la muerte

José Tomás Angola Heredia


Cuando nací, me bautizaron Tomás Muerte. Quién sabe si por tradición o porque mi madre era bruja árabe, como lo fue mi abuela que llamaban Dolores o como su madre a quien acusaron de ser la hechicera más preciosa de Ospino.

-¿Tomás Muerte?- preguntó el cura que me echaba el agua y mi madre famosa por adivina le dijo:

-Que su nombre le cuente hacia dónde va, todos los de su sangre han ido al mismo sitio. Que el nombre siempre se lo recuerde, es lo único que le puedo dar.

Crecí como Tomás Muerte entre niños roñosos que nunca entendieron el nombre ni esta capa que me cubre y que me regaló mi padre, inmenso árbol seco que habitaba el jardín, para que me espantara las moscas como la cola de un cebú. Jovencitos que se distraían con pendejadas y juguetes que hacían ellos mismos y con los mangos que comían aún cuando estuvieran verdes, con bicicletas destartaladas y raspones que les sacaban un poquito de sangre para entonces llorar como si de un hachazo fuese la cosa. Criaturitas de pelos chorreantes de sudor y cachetes rojos de esfuerzo y resolana. Olorosos a amoníaco y a tierra mojada, a grama recién cortada y a cambur con leche. Tomás Muerte me mentaban y en la forma como lo pronunciaban uno les notaba el mohín a susto, a cara de que yo soy el diablo y me los voy a llevar. Será por eso que me relegaron al último puesto de la clase o que se separaban de mí al cantar el himno nacional.

Crecí como Tomás Muerte y salvo una que otra loca que le gustaba el asunto morboso, no tuve novias bonitas. Todas eran tan feas como amanecer con mi nombre. Pero no dudaría jamás que me amaron. Amaron mi nombre lleno de misterio oriental. Este nombre que fue lo único que heredé de mi madre, la quiromante morisca que siempre quiso que recordara hacia dónde iría.

Ya grandecito, cuando comencé a leer la calle como si se tratase de la palma de mi mano, decidí que agotaría las horas escribiendo historias de gitanos y brujas polacas y cosas de esas que dan miedo o al menos ojeriza. Me haría escritor y así mi nombre, adecuado en tanto lo creyeran seudónimo, me daría fama y riqueza y muchachas bonitas que adorarían mi nombre raro, porque lo creerían moquete. Y ellas sin saber que yo era Tomás Muerte, de verdad.

Muerte, Tomás… como en la Universidad, cuando nos hacían firmar la lista y algún profesor remiso de saco maltrecho nos regañaba porque decía que la lista no era para jugar y que pusiéramos nuestros nombres verdaderos.

-Es Muerte, profesor- y el fulano me llamaba mentiroso y me ponía a recitar pasajes completos de Kant como si aquello fuese una penitencia.

Viví como Tomás Muerte y desde el día que tuve estatura para usar la capa que me regaló mi padre, torre de catedral, no hice sino pensar en mi nombre. Que Muerte te daba para pensar, pensar en la zambullida, la carrera hasta quién sabe dónde.

-No es un final, es una puerta- me decía el cura. Yo le respondía con la risa sardónica del descreído: -¿Y qué hay entonces tras el zaguán?

-Sería igual que te hubiesen bautizado Noche o Desamor. Tomás Noche. Tomás Desamor. El nombre hubiese tenido el mismo significado- me comentaba un filósofo anciano que vendía pájaros disecados en el mercado principal.

Lo cierto es que mi nombre me hizo pensador y veía mi nombre en cualquier lugar y mi nombre saltaba por doquier como un saltamontes del infierno y nada más me interesaba. Que si Romeo amaba a Julieta y a mí sólo me afectaba la escena en la tumba y el veneno para engañar a Capuletos y Montescos. Que si Cleopatra reinaba en el Egipto arenoso y a mí sólo me obstinaba el áspide y Marco Antonio llegando tarde. Que si Boves cruzaba los llanos pisoteando y escupiendo santos de palo y a mí sólo me cautivaba la lanza hendida en el esternón asturiano.

Soy Tomás Muerte, de los Muerte que ya no andan, de los Muerte que renunciaron cuando las nubes se descorrían para dar paso al mediodía. Tomás Muerte y al borde de cada noche deslunada, la mirada enfocada en el techo agrietado del cuarto, preguntándome qué habría sido de mí si mi nombre fuese Tomás Vida, de los Vida que ríen mientras los tragan las olas, de los Vida que se hartan de fango y juran que son pechugas de avestruz. Camino por calles esquizofrénicas y todos creen que estoy más loco que los que matan niños y se los almuerzan, sólo porque ellos no usan capas y yo me visto con la que me dio mi padre de tres metros. Apenas anteayer me empeñé en ir más allá de mi nombre. De tanto imaginarlo, yo, Tomás Muerte, me he vuelto un trashumante cercano a los acróbatas, sobre el quicio de un trapecio, acechando una red que no existe y oyendo a la canalla gritar que me tire: -¿No eres tú Tomás Muerte, el de los Muerte sin malla, el de los Muerte de la pista principal, arriesgando todo y rogándole a un payaso enharinado que te sujete los pantalones con un gancho que es trompeta?

Apenas anteayer escribo esto y si creen que aún no he dado el salto es porque sus ojos no ven sino las letras que ya han sido puestas y no las que estoy ahora dibujando. Y es en este instante cuando creen que Tomás Muerte es el zagaletón de capa que mira desde el muro a los niños mecerse en los columpios y no puede acercarse porque le espetan que no lo haga porque soy pavoso y con mi nombre haría que el columpio se rompiera o se soltara la cadena llevándome a alguno de esos malvados. O a lo mejor todavía me oyen recitar a Kant y la tontería aquella de que todos los conocimientos empiezan con la experiencia. Dudan aún de que yo sea Tomás Muerte y no el eco de mi nombre en algún cuento que ya escribí y ustedes jamás leyeron. A lo mejor nunca hubo un Tomás Muerte, hijo de una bruja mozárabe, nieto de Dolores que era hija de la más bella hechicera de Ospino. A lo mejor todo esto es un relato más de otro a quien no conozco y por no saber su nombre le he puesto Tomás Muerte ¿Qué importa si Tomás Muerte saltó del trapecio y ahora es tan sólo una mancha al centro de la pista principal, con enanos golosos revolcándose y lanzándose baldes de agua que son de papelillos? A lo mejor por mi nombre he sido condenado a nunca padecerlo y la muerte sólo la saboreo en mi nombre y soy tan inmortal como una tortuga. A lo mejor eso significa esta capa de mi padre rascacielos o las palabras de mi madre adivinadora el día de mi bautismo. A lo mejor nada de lo anterior importa verdaderamente y sólo importas tú que lees estas líneas, escritas sabe Dios cuándo. Porque podría no importar quién las escribió o quién produjo la tinta o de qué árbol provino el papel y sólo importas tú que eres presente y no este cuento en pasado. Importas tú que estás leyendo de la muerte de Tomás Muerte y aún no comprendes que así te bauticé la mañana o la tarde o la noche que empezaste a leer este relato y que ahora tú eres Tomás Muerte y como mi madre te digo que te doy ese nombre para que siempre sepas a dónde irás, como los que te precedieron en tu misma sangre y que es lo único que te puedo heredar. ¿Tomás Muerte? preguntarás como el cura que se echa el agua bendita a sí mismo y se bautiza sin saber por qué. Y entonces ahora entiendes de la capa que siempre te protegió de los insectos. Ahora sabes de calles como de la palma de tu mano. Ahora tú eres Tomás Muerte y yo, descansando en este pretérito, pude no haberlo sido.

Tres poemas de Gustavo Valle

(De la serie Antechamber of ashes de Zaelia Bishop)


El mensajero

Un cadáver es ante todo abnegado.

Admiramos su generosidad, su zambullida a todos salpica.

Su apariencia distraída oculta maremotos.

Su maniobra funda mitos: se despieza y desaparece.

Contra la acera o la camilla hace señas, algo avisa.

Pero no hay intérprete para su mensaje.

No hay en sus tobillos mentales un solo grillete.



Entomología I

La saliva es agria como el pan de las hormigas

La lengua ensaya la retórica del zumbido.

Cuando se escucha el trueno del verano, cuando el sol revienta

la costra de los muros.

Las palabras se cuelan en las grietas junto al polvo.

Las palabras son el resultado de algo sutil y sin importancia.

A fin de cuentas, toda boca es el arcón de los besos de una araña.



Entomología II

Cuando el viento promueve migraciones, me hundo en mi propia plomada.

Cuando me rebelo, soy la bestia que el potrero amarra con mecates.

Ni buitre ni alas polvorientas ni nave suspendida en el verano

Volar, lo que se dice volar, es un sueño de lombrices.

Tres cuentos de terror

Y AHORA VAMOS CON TRES CUENTOS DE TERROR DEL “GIGOLÓ GALLEGO” JOAQUÍN ORTEGA...

LOCUTOR 1: SUBIR LA ESCARPADA MONTAÑA NO ERA MÁS QUE UNA RUTINARIA AVENTURA PARA LOS DOS EXPERTOS CARGADOS DE EQUIPO…

LOCUTOR 2: LA CASCADA IMPONENTE Y SOLITARIA QUE HABÍAN DESCUBIERTO EN AQUELLA REGIÓN LES INDICABA A VOCES INENTENDIBLES, QUE ERA, EN AQUEL PLANO HACIA ARRIBA, DONDE SE DABA EL NACIMIENTO DE LA FUERTE CAÍDA DE AGUA…

LOCUTOR 1: NINGUNA PISADA HUMANA LES AVENTAJABA…TAL VEZ ERAN LOS PRIMEROS EN REMONTAR LA CUMBRE… Y EN SEGUIR EL CURSO DE UN GRUPO DE PLATEADOS CHORROS, CONTINUOS Y ANCHOS, QUE SE PERDÍAN CON LA MIRADA HASTA CASI TOCAR LAS NUBES…

LOCUTOR 2: LUEGO DE VARIAS HORAS EN ASCENSO CREYERON LLEGAR AL PUNTO MÁS ALTO DE LA MONTAÑA Y SOBRE TODO AL NACIMIENTO DE LAS AGUAS QUE BENDECÍA LA REGIÓN QUE LOS VIO ELEVARSE ENTRE LAS ROCAS…

LOCUTOR 1: CON CADA PASO CRECÍA LA EMOCIÓN Y FRENTE A SUS OJOS SE ABRIÓ UN INMENSO LAGO, BAÑADO POR UNA LLUVIA CONSTANTE Y SUAVE…LOS BORDES Y ALGUNAS PARTES DEL CENTRO CRUJÍAN DELICADAMENTE, ANTE DELGADAS CAPAS DE HIELO TAN PURAS …

LOCUTOR 2: Y TAN BRILLANTES COMO LAS PIELES NEGRAS Y PLATEADAS QUE SE MOSTRABAN ANTES SUS OJOS Y QUE LA NEBLINA PARECIÓ OCULTARLES …

LOCUTOR 1: LUEGO DE UN GOLPE DE BRISA PUDIERON ENTENDER QUE AL FINAL DE LA RUTA ESCARPADA HABITABAN SIMIOS GIGANTES Y ERGUIDOS, LLENOS DE PEQUEÑOS ESPEJOS DE NIEVE…

LOCUTOR 1: LOS HOMBRES SINTIERON BUENA VOLUNTAD DE LAS CRIATURAS Y SONRIENTES BEBIERON DE LA MISMA AGUA Y BAJO EL MISMO CIELO…

LOCUTOR 2: Y EL QUE NO SE CREA ÉSTE CUNETO

LOCUTOR 1: NUNCA SE HA TUMBADO UN VUELTO…


DESPEDIDA, CRÉDITOS Y MALDICIONES GENERALES.-


CORTE.- Job23:58.-


Y AHORA VAMOS CON OTRO CUENTO DE TERROR DEL "GIGOLÓ GALLEGO" JOAQUÍN ORTEGA...

LOCUTOR 1: SIN TEMOR SACÓ EL ARMA DE LA CAJA CONVENCIDO DE QUE LA ÚNICA SALIDA ESTABA AL FINAL DE SU CAÑÓN…

LOCUTOR 2: UNA LIMPIEZA BREVE Y UNA PRUEBA MECÁNICA LE DEMOSTRARON UN CORRECTO MECANISMO EN FUNCIONAMIENTO PERFECTO PARA EL FIN EN MENTE…

LOCUTOR 1: LAS MUNICIONES ALGO LLENAS DE POLVO PASARON ENTRE SUS DEDOS Y DE ALLÍ A CADA ESPACIO DENTRO DEL TAMBOR…GIRABAN EN EL SENTIDO DE LAS AGUJAS DEL RELOJ…INDICANDO TIEMPO PARA MORIR…

LOCUTOR 2: UNA VEZ CARGADA EL ARMA…EL HOMBRE Y SU REVÓLVER DIERON LOS PASOS FIRMES HASTA EL PEQUEÑO LAGO FRÍO Y CRUELMENTE CÓMPLICE…

LOCUTOR 1: SOBRE UNA PIEDRA ESPERÓ, BAJO LA NOCHE CERRADA, A QUE APARECIERA DE SUS AGUAS LA RARA FORMA QUE SE LLEVARÍA ENTRE SUS FAUCES A SU MÁS RECIENTE COMPAÑERA…

LOCUTOR 2: PRONTO, PERO PREVISIBLEMENTE SE FORMARON BURBUJAS Y PEQUEÑOS REMOLINOS…SE HICIERON MÁS FUERTES Y SE ACERCARON HASTA LA PIEDRA DEL SACRIFICIO…ALLÍ EL HOMBRE ESPERÓ HASTA EL ÚLTIMO MOMENTO, DISPARÁNDOSE EN LA SIEN POR VOLUNTAD PROPIA…Y ACABANDO ASÍ CON EL ETERNO MALEFICIO…

LOCUTOR 1: Y EL QUE NO SE CREA ÉSTE CUENTO

LOCUTOR 2: NUNCA SE HA TUMBADO UN VUELTO…

*NOS VAMOS EN FADE

DESPEDIDA, CRÉDITOS Y MALDICIONES GENERALES.-

CORTE.- Job23:58.-


Y AHORA VAMOS CON EL TERCER CUENTO DE TERROR DEL "GIGOLÓ GALLEGO" JOAQUÍN ORTEGA...

LOCUTOR 1: LA CARRERA HACIA LUGARES MENOS AGRESIVOS PARECÍA HABER CONCLUIDO EN AQUELLA PLANICIE VERDE CON LAGO EN EL FONDO…

LOCUTOR 2: TRES HOMBRES AGITADOS, ESCAPABAN DE EXTRAÑOS CAMBIOS EN SU CIUDAD CONTAMINADA, Y AL LLEGAR FRENTE AL DESVENCIJADO TEATRO AL AIRE LIBRE, PUDIERON RESPIRAR POR PRIMERA VEZ TRANQUILOS…

LOCUTOR 1: LUEGO DE TOMAR AIRE Y REÍRSE FRENTE A UNAS VIEJAS MÁSCARAS (Y DE UN TRÍO DE FIGURAS FUNESTAS, PRODUCIDAS TAL VEZ, EN UNA LEJANA UNA NOCHE DE BRUJAS INGENUAMENTE CELEBRADA) DECIDIERON REANUDAR SU PASO, ATRAVESANDO UN TERRENO PLENO DE PASTOS Y DE VACAS ELEGANTEMENTE TRANQUILAS…

LOCUTOR 2: DOS DE ELLOS INICIARON LA CARRERA, PRETENDIENDO ALEJARSE CADA VEZ MÁS DE LA CIUDAD INDÓMITA, PERO LOS ANIMALES ERAN TAN DISTINTOS COMO LA URBE QUE DEJARON TRAS DE SÍ…

LOCUTOR 1: LAS VACAS SE COMUNICABAN A VIVA VOZ SINTIÉNDOSE AGREDIDAS POR LA INVASIÓN DE SU ESPACIO…SÓLO SE PODRÍA CORRER TERRENO ABAJO O TAL VEZ SUMERGIRSE EN EL LAGO QUE SE ASOMABA BRILLANTE A LA DERECHA…

LOCUTOR 2: INTENTAR SUMERGIRSE RESULTABA SUICIDA, PUESTO QUE EN LA SUPERFICIE SE LEVANTABAN CRESTAS… Y ALETAS… Y LOMOS AGRESIVOS CONTRA TODO AQUELLO QUE EXUDARA EL TUFO DE LA CIUDAD…

LOCUTOR 1: COMO SI NO FUESE SUFICIENTE CON EL CANSANCIO, CINCO HOMBRES SE ACERCABAN ARMADOS DE VARAS ELÉCTRICAS, CON ROSTRO AGRESIVO Y POR ENCIMA DEL PROMEDIO DE CUALQUIER ALTURA TERRENA…EL TRÍO AVENTURADO HACIA LA FUGA PARECÍA NO TENER SALIDA…

LOCUTOR 2: CORRER NO FUE SUFICIENTE Y LANZARSE AL AGUA SEGUÍA SIENDO UN PELIGRO ADICIONAL, PUESTO QUE SI LOS ANIMALES DE TIERRA NO CONSIDERABAN BIENVENIDOS A LOS MARATONISTAS, MUCHO MENOS LO HARÍAN LOS DE AGUA…

LOCUTOR 1: ESCOLTADOS VIOLENTAMENTE HACIA UN GALPÓN LEJANO AL CAMPO, CINCO HOMBRES SIN ALMA MANIATARON Y SUSPENDIERON A LOS TRES CITADINOS EN CARRERA…DEFENDERSE NUNCA FUE SUFICIENTE…NI SIQUIERA AYUDÁNDOSE DE LARGOS CLAVOS CONTRA LAS MOLES Y SUS AUSENTES BULBOS RAQUÍDEOS…

LOCUTOR 2: AL AMANECER… SUS CUERPOS ACOMPAÑABAN A OTROS HUESOS, TOSTADOS AL SOL, EN EL ANTIGUO TEATRO HUMANO… UNO QUE SIN PÚBLICO QUE APLAUDA, SEGUIRÁ ESCUCHANDO RISAS Y LLANTOS HASTA QUE CONCLUYA LA CUENTA ETERNA DE LOS VILES Y HUMANOS AÑOS…

LOCUTOR 1: Y EL QUE NO SE CREA ÉSTE CUENTO…

LOCUTOR 2: NUNCA SE HA TUMBADO UN VUELTO…


*NOS VAMOS EN FADE

DESPEDIDA, CRÉDITOS Y MALDICIONES GENERALES


CORTE.- Job23:58.-

En la funeraria

Juan Zamora

(Del Tarot de Dave Mckean)

Es de noche y estoy en la funeraria. Traje negro hecho a la medida, tela italiana muy fina, zapatos “Rossi” bien lustrados, camisa blanca “Prada” muy bien planchada, corbata de seda “Ermenegildo Zegna”. Recuerdo que antes usaba shorts “Acadia”, franelas “La coste”, chaquetas “Náutica” y zapatos tenis, cuya marca ya no recuerdo...

Parece que hace frío, tanto como en un centro comercial. Veo gente abrigada, entrando y saliendo de los baños, parecieran estar orinando a cada momento. Sin embargo, yo no siento ganas, tampoco tiemblo de frió, qué curioso...

Cuanta gente; unos ríen, otros lloran. Más son los que ríen, aunque no se de qué. Intento escuchar pero no puedo. Quisiera llamar su atención, pero todos me ignoran...

Intento moverme, pero no puedo. Estoy rígido, inerte, yerto, tieso. No siento hambre ¿Debería? Café, chocolate, galletas, sopa, sándwich de todo tipo, té. Bueno, en realidad no se le puede llamar comida, así que no es raro el estar inapetente...

¡Me miró! La señora con la bandeja me miró.

-¡Eh, señora! Venga, acérquese.

Se fue, soltó la bandeja y se fue...

Me estoy empezando a asustar. Hay cierto revuelo, la gente va de un lado a otro, comentan, se llevan las manos a la boca. Ponen cara de asombro, otros se muestran curiosos. Ahora sí se acercan, se percataron de que existo. La señora de la bandeja, viene acompañada de un señor con cara de portero de burdel. Como que no traen buenas intenciones. Vienen por mi, ¿pero yo qué hice?

-¿A quién carajo se le ocurre dejar un maniquí en una funeraria?
-No lo se, señor Fulgencio. Pasé y lo vi ahí parado
-Que vaina con esta gente, nunca falta un jodedor...

¿Maniquí? ¿Dónde? ¿Yo? No, no puede ser conmigo. Mejor me sacudo esta pinta e’ muerto y me largo de aquí...

Más vale TARDIS que nunca

José Javier Rojas


El Doctor está relativamente aquí. Otra vez. Es el mismo de siempre, es decir, es completamente diferente, como siempre. Viaja todavía en el espacio-tiempo en su caseta policial londinense. La caseta azul sí es la misma de siempre, pero sólo en apariencia, porque por dentro sigue cambiando, como siempre. Claro, todo es relativo sobre todo en la TARDIS, que es como se llama la caseta en realidad. Es su nave, y con ella hace lo que el acrónimo dice que hace, viaja en el Tiempo y las Relativas Dimensiones en el Espacio. Es el noveno Doctor, aunque ya es el décimo, en realidad, y seguimos sin saber su nombre después de tantos años. La BBC cumplió con la palabra empeñada a los seguidores del Doctor apenas el año pasado, y trajo de vuelta a la entrañable serie de ciencia ficción que no estaba muerta sino de parranda desde 1989.

La primera temporada acaba de salir en DVD para este hemisferio que ocupa su valioso tiempo relativo en elecciones, depuraciones del padrón electoral y demás cosas relativas a la pérdida absoluta del tiempo relativo. En realidad, los poderes que pueden hacer las cosas que a mi sí me importan editaron la nueva primera temporada, porque la primera primerísima prima y originaria data de 1963, en años terrestres del calendario gregoriano, y esa temporada sólo puede verse en las dimensiones paralelas de la nostalgia por el blanco y negro o en planetas a años luz de la Tierra.

Mientras los afortunados cablehabientes podemos ver la nueva primera temporada con subtítulos en People+Arts, los británicos ya están viendo la segunda y Russell T. Davis promete producir una tercera para el año que viene, si todo sigue saliendo bien y el Doctor decide seguir entre nosotros un poco más. Si la nefasta televisión venezolana quiere recuperar el tiempo perdido en vulgaridades inexcusables y hacer las paces con futuras generaciones de televidentes agradecidos, está a tiempo para traer de vuelta al Doctor a las pantallas criollas.

Hubo un tiempo, cuando Tom Baker era el Doctor que conocí de chamo, que aquí también pasaban en señal abierta maravillas como Zafiro y Acero, los documentales de Félix Rodríguez De La Fuente y lo mejor de la televisión de todo el mundo para disfrute de todo el mundo gracias al gentil y sensato patrocinio de Petróleos de Venezuela que veía en la televisión una oportunidad para educar divirtiendo. Tiempos muy pasados, universos muy lejanos. Si ven una caseta azul mal estacionada por ahí, no la pelen, pasen sin tocar. Después puede ser demasiado tarde: la oportunidad es lo primero que se pierde.

Un muerto es un muerto

Adriana Bertorelli Párraga

(De las series Age Map de Bobby Neel Adams)


Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.


J. Lezama Lima

Un muerto que se precie, un muerto serio, un muerto tieso y frío con carné de fetramuerto debe tener, al menos, una cabeza de repuesto. Para un occiso común inscrito en sindicato, cualquier noche es propicia para desaparecer, quitarse la cabeza como en un acto de prestidigitación, cargarla en peso y colocarla sobre el mostrador una vez que el dependiente ya pasó el trapito rancio. Siempre una cabeza será más pequeña que la otra, que observa a su hermana mayor siendo cargada como caja y la juzga. Tan pesada, casi cayéndose, los ojos saltándose de las órbitas, corazón desacostumbrado a los parques de atracciones. A veces la pequeña observa de lejos a su rival aventajada, o tal vez de cerca, con una curiosidad científica, casi agropecuaria y ya no parecen una sola en este desprendimiento. Y la pequeña la mira, agotada tal vez de ser la cabeza visible, sabiendo que hay vínculos que no figuran en las tarjeticas de condolencias y que no se explican con la m de muchacho ni la u de uva. Se podría hablar de una medida sustitutiva de libertad post mortem, de libre albedrío, sonrisa de iguana girando aplastada, implantada en la rueda de un autobús. El hecho, debidamente documentado, enumera los pro y los contra de esa desazón tan amarilla que clava los recuerdos del difunto como una mariposa en vidrio con las alas extendidas. Nunca un lado es exacto al otro aunque parece. Jamás los recuerdos corresponden a lo que en realidad se vivió.

Cualquier momento es bueno para no volver a existir por cuenta propia, cerrar los ojos y no estar más o convencerse anestesiado. Tiene sentido, o al menos debe tenerlo, para que el cadáver tenga éxito. Inventar sinónimos que definan la falta de existencia, subterfugios inundados de excusas, aclaratorias para quienes quedan atrás, recogiendo la ropa del muerto y llorándolo y escuchando las canciones de Julio Jaramillo que tanto le gustaban.. Mientras la cabeza grande late de pura biografía, su hermana diminuta se siente ahora protagonista, ya no tanto asfixiada por la otra, si no con una ilusión de autonomía risible y francamente conmovedora: sin jamás haber brindado, ni besado, ni ladrado, ni tener paladar, es tan cadáver como la otra. Y sin boca maldice en voz baja no poder morir por sí sola, porque la peor forma de extrañarla es teniéndola tan cerca, vaticinando.

Cualquier instante es justo para huir de la gran cabeza extirpada, bengalas en los ojos, terciopelo y pajaritos. La pequeña la mide, agarrando impulso, maquinando vuelo, pero no cabe existir sin su reflejo mejor. Una piensa en la otra, caminante como algunos infartos, sin poder encontrar el pulso, desclavado, al momento de empujarla inconsciente por el desfiladero. Óxido y olor a animal muerto, el frío de las neveras, la etiqueta en el pie izquierdo, dormideras y malojillo para la huida, los ojos girando sin pestañear, cada vez más rápido, cabellos empegostados, tierra, cielo, tierra, cielo, tierra, tierra, tierra, pañales desechables y toda clase de fluidos humanos. Inusitada constelación de cuerpos celestes, pero cuerpos al fin.