Reír de terror, morir de la risa
Fedosy Santaella
(De Silent Hill 4)
Cuando uno lee El club de los parricidas de Ambrose Bierce, no puede más que pensar que el humor negro y el terror fueron concebidos en la misma caldera del infierno, entre íncubos y súcubos llenos de pústulas del alma de los hombres.
Creo que tanto el humor como el género literario del terror, tienen una función rebelde y reveladora. El humor se rebela contra los poderes, los ataca, y revela que la realidad no es un foso de aguas mansas y que mientras dormimos otros trabajan en nuestra contra. El terror, el miedo a los sucesos nefastos (el horror es su variante repulsiva, asquerosa) de igual manera es rebelde, rebelde ante poderes que no tienen carne y hueso, sino que están hechos de la baba de nuestros miedos. Rebelde ante la muerte, la putrefacción, lo desconocido. Rebelde porque se niega a vivir en la superficie, porque baja a los infiernos y encara al demonio, lo ve a los ojos y se deja matar y al mismo tiempo mata. Ambos, el humor y el terror, nos sacan de la ceguera, del falso olvido que pretendemos, y nos recuerda que somos seres humanos, que la muerte nos iguala, que los pedestales son de barro. Ambos, nos llevan a la catarsis.
Los antiguos griegos, sabios inmortales, consideraban que el cuerpo humano contenía cuatro líquidos, o humores, relacionados con los cuatro elementos. La sangre, la bilis amarilla, la bilis negra y la flema. El equilibrio de los elementos era indispensable para la buena salud. Si el balance era perfecto, entonces el individuo gozaba de “buen humor”.
Cada persona tenía en su complexión algún humor que predominaba y, digamos, lo gobernaba. Quien padecía de exceso de humor negro, era un hombre triste, de mala voluntad, malvado, cruel. En griego “negro” es Mélanos, y “bilis”, Khole. De allí la palabra melancolía. En el relato La caída de la casa Usher de Edgar Allan Poe, la melancolía es el espectro constante que azota el alma del protagonista. William C. Brownell dice del cuento: “Nada ocurre que no sea trivial o inconveniente comparado con su eficaz monotonía, su atmósfera de fantástica lobreguez y melancolía desintegradora”. Para Edward Shanks es la “presentación de un estado de ánimo”.
El miedo es hijo de la melancolía, y la melancolía es la esencia del ángel caído. La angustia no tiene nada que ver con la melancolía, a pesar de lo que puedan decir los sicólogos y filósofos como Kierkegaard.
En ocasiones, la literatura de terror está escrita bajo el espíritu de una inconformidad social, existencial. Los románticos franceses son un excelente ejemplo de esto. Esa inconformidad con la era de la razón, con el triunfo de la burguesía, los hace volver al pasado, a los lóbregos monasterios, hacia los paisajes decadentes, hacia los perversos aristócratas. Ese es el criadero de la novela gótica, el inicio de Drácula, noble eterno que desprecia a la plebe.
Podemos traer a Bengala de Israel Centeno, para hablar de nuestros tiempos y de nuestra literatura. Allí vemos cómo el terror, lo gótico, es una herramienta de ataque contra los males de la sociedad, contra la corrupción de los poderes, que de tan descarados ya se antojan un miedo sobrenatural, supaterreno. Hay allí también un humor triste, meláncolico, negro, que nos hace sobrevivir.
Un breve hilo cubierto de sangre separa el terror del humor negro. Podríamos decir que en sobrados momentos ese hilo no existe, como es el caso del irónico y mordaz jovencito fabricante de jabones (primero perros, después niños, después sus padres) que Bierce nos presenta en Aceite de perro. ¿Cómo separar allí el humor negro del terror? El mismo Edgar Allan Poe escribió relatos cargados de humor negro y terror. El hombre que se gastó, El ángel de lo singular, etc. Y es que el buen terror se burla de los trapos que arrojamos a nuestros miedos. Incluso, sobre todo en el cine, encontramos situaciones donde el terror se burla de sí mismo, de sus clichés, de sus facilismos. Los franceses han hecho de estos lugares comunes el punto de partida para hacer historias aún más retorcidas, divertidas y especialmente terroríficas. Atomik Circus, le retour de James Bataille, y Haute tension son dos ejemplos muy actuales de este metalenguaje humorístico.
Esa frontera borrosa entre el terror y el humor negro es la demostración, una vez más, de que en la literatura, los géneros son apenas una cuestión acomodaticia, y que además, este asunto no es de data reciente.
Por último, recordemos que pánico viene de Pan, ese dios sátiro que vivía en los bosques, sede primordial, atávica, del miedo, y que se aparecía a los viajeros, produciéndoles un miedo intenso, es decir, pánico. Luego, aunque sátira y sátiro no tienen la misma raíz etimológica, veremos cómo en las sátiras abundan los sátiros, fuerzas avasalladoras, burlescos animales, potencias sexuales que aterran. No hay que dejar a un lado la estrecha relación del terror y el sexo. El sexo que pierde, que eleva, que mata, la pequeña muerte en vida.
Que no quepa duda, el terror y el humor tratan los asuntos fundamentales del alma humana, y son géneros dignos y excelentes de la gran literatura.
Creo que tanto el humor como el género literario del terror, tienen una función rebelde y reveladora. El humor se rebela contra los poderes, los ataca, y revela que la realidad no es un foso de aguas mansas y que mientras dormimos otros trabajan en nuestra contra. El terror, el miedo a los sucesos nefastos (el horror es su variante repulsiva, asquerosa) de igual manera es rebelde, rebelde ante poderes que no tienen carne y hueso, sino que están hechos de la baba de nuestros miedos. Rebelde ante la muerte, la putrefacción, lo desconocido. Rebelde porque se niega a vivir en la superficie, porque baja a los infiernos y encara al demonio, lo ve a los ojos y se deja matar y al mismo tiempo mata. Ambos, el humor y el terror, nos sacan de la ceguera, del falso olvido que pretendemos, y nos recuerda que somos seres humanos, que la muerte nos iguala, que los pedestales son de barro. Ambos, nos llevan a la catarsis.
Los antiguos griegos, sabios inmortales, consideraban que el cuerpo humano contenía cuatro líquidos, o humores, relacionados con los cuatro elementos. La sangre, la bilis amarilla, la bilis negra y la flema. El equilibrio de los elementos era indispensable para la buena salud. Si el balance era perfecto, entonces el individuo gozaba de “buen humor”.
Cada persona tenía en su complexión algún humor que predominaba y, digamos, lo gobernaba. Quien padecía de exceso de humor negro, era un hombre triste, de mala voluntad, malvado, cruel. En griego “negro” es Mélanos, y “bilis”, Khole. De allí la palabra melancolía. En el relato La caída de la casa Usher de Edgar Allan Poe, la melancolía es el espectro constante que azota el alma del protagonista. William C. Brownell dice del cuento: “Nada ocurre que no sea trivial o inconveniente comparado con su eficaz monotonía, su atmósfera de fantástica lobreguez y melancolía desintegradora”. Para Edward Shanks es la “presentación de un estado de ánimo”.
El miedo es hijo de la melancolía, y la melancolía es la esencia del ángel caído. La angustia no tiene nada que ver con la melancolía, a pesar de lo que puedan decir los sicólogos y filósofos como Kierkegaard.
En ocasiones, la literatura de terror está escrita bajo el espíritu de una inconformidad social, existencial. Los románticos franceses son un excelente ejemplo de esto. Esa inconformidad con la era de la razón, con el triunfo de la burguesía, los hace volver al pasado, a los lóbregos monasterios, hacia los paisajes decadentes, hacia los perversos aristócratas. Ese es el criadero de la novela gótica, el inicio de Drácula, noble eterno que desprecia a la plebe.
Podemos traer a Bengala de Israel Centeno, para hablar de nuestros tiempos y de nuestra literatura. Allí vemos cómo el terror, lo gótico, es una herramienta de ataque contra los males de la sociedad, contra la corrupción de los poderes, que de tan descarados ya se antojan un miedo sobrenatural, supaterreno. Hay allí también un humor triste, meláncolico, negro, que nos hace sobrevivir.
Un breve hilo cubierto de sangre separa el terror del humor negro. Podríamos decir que en sobrados momentos ese hilo no existe, como es el caso del irónico y mordaz jovencito fabricante de jabones (primero perros, después niños, después sus padres) que Bierce nos presenta en Aceite de perro. ¿Cómo separar allí el humor negro del terror? El mismo Edgar Allan Poe escribió relatos cargados de humor negro y terror. El hombre que se gastó, El ángel de lo singular, etc. Y es que el buen terror se burla de los trapos que arrojamos a nuestros miedos. Incluso, sobre todo en el cine, encontramos situaciones donde el terror se burla de sí mismo, de sus clichés, de sus facilismos. Los franceses han hecho de estos lugares comunes el punto de partida para hacer historias aún más retorcidas, divertidas y especialmente terroríficas. Atomik Circus, le retour de James Bataille, y Haute tension son dos ejemplos muy actuales de este metalenguaje humorístico.
Esa frontera borrosa entre el terror y el humor negro es la demostración, una vez más, de que en la literatura, los géneros son apenas una cuestión acomodaticia, y que además, este asunto no es de data reciente.
Por último, recordemos que pánico viene de Pan, ese dios sátiro que vivía en los bosques, sede primordial, atávica, del miedo, y que se aparecía a los viajeros, produciéndoles un miedo intenso, es decir, pánico. Luego, aunque sátira y sátiro no tienen la misma raíz etimológica, veremos cómo en las sátiras abundan los sátiros, fuerzas avasalladoras, burlescos animales, potencias sexuales que aterran. No hay que dejar a un lado la estrecha relación del terror y el sexo. El sexo que pierde, que eleva, que mata, la pequeña muerte en vida.
Que no quepa duda, el terror y el humor tratan los asuntos fundamentales del alma humana, y son géneros dignos y excelentes de la gran literatura.
1 Comments:
Quién es este señor que escribe tan pero tan requetebien?
Tiene más escritos?
Si es que sí, donde los puedo ver mis queridos hermanos Chang?
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