¿Qué es un fantasma?
Me cuenta un amigo que en Kampala hay una cueva donde uno va a capturar espantos. Botella vacía en mano, aquellos que necesitan un guía del más allá entran en esta caverna africana y atrapan a un espíritu, para irse de lo más contentos con su fantasma embotellado a casa. Algo parecido ocurre en la tradición Voudou, donde al año de muerto, los familiares de un difunto contratan a un Hougan para que recobre su alma, metiéndola en una botellita que a partir de entonces se venera en el altar familiar; y hay quien dice que si a media noche alguien toca a tu puerta no debes jamás decir "Sí, ¿buenas?", porque del otro lado lo que hay es un brujo, practicante de la Regla Conga, listo a atraparte la voz en una botella, para someterte a todo tipo de fechorías. Malandros esotéricos, que llaman.
Todos tenemos un fantasma dentro, y la muerte es algo así como un descorche. Por eso, si alguna vez escuchan que alguien los llama por su nombre, y al voltear no ven a nadie, corran. Ahí hay otro brujo buscando robarles el alma, o la sombra, el dibujo animado más antiguo de la historia, y un fantasma que todos llevamos a cuestas. Brujo o no brujo, ¿quién no se ha asustado con su sombra alguna vez?
Pero, ¿qué es un fantasma?
Es tan complejo entender qué es un fantasma como entender quién está vivo. De pronto uno va caminando por la calle, creyéndose de lo mas acompañado, y resulta que todo aquel que vemos es una sombra de sí mismo y sus memorias. Yo mismo me he sentido un fantasma cuando recorro ciertas librerías, y veo publicados libros que a mi se me ocurrieron, y cuyo interés no logré despertar en nadie porque "eso no se va a vender". Entonces, veo la foto del autor en la solapa y me siento como un muerto asomado al mundo de los vivos; sin saber muy bien a quién halarle las patas en venganza.
En algunas tradiciones, los animales son seres supernaturales. Por eso fue que Clint Eastwood no pudo dispararle al elefante al final de "Cazador blanco, corazón negro". En nuestro lado del mundo los animales negros se tienen por misteriosos y malignos; pero en la tradición Celta, por ejemplo, son los animales blancos los que se consideran auténticos fantasmas. Debe ser verdad, a juzgar por lo que nos pasó el otro día a mis hijos y a mi, en la esquina Noroeste de Central Park.
Llegamos a una esplanada circular de hierba, en cuyo centro se asoman unas piedras enormes, casi como el cogote de un gigante enterrado. Matías, mi hijo menor, decidió que este lugar era mágico; y Emilio, mi hijo mayor, decidió que en ese caso, el lugar era perfecto para jugar con sus figuritas de Pokemón (Bendito sea Pokemón, hoy, mañana y siempre). Nos sentamos en la grama, y me dispuse a leer un libro que llevaba, cuando escucho a Emilio gritar aterrado "¡Papá, un pájaro le pegó a otro pájaro!"
Volteé sin entender nada y me encontré con que a diez metros de nosotros se había parado un halcón enorme con una paloma agonizando entre sus garras. Emilio me contó que le había visto arrancar a la paloma de un techo cercano, para venir luego a posarse allí, frente a nosotros. De inmediato reconocí a "Pale Male" (
http://www.palemale.com/), el halcón-rockstar que vive todo el año en Central Park, y que se reconoce a simple vista por ser "pálido", esto es, más claro que un halcón normal. Yo ya había visto a este halcón docenas de veces, en el techo de algún edificio o museo, pero así, de cerca, me pareció enorme. (Por cierto. Quien quiera tener un encuentro con lo sobrenatural, hágale una visita al águila Arpía del Parque del Este, en Caracas. Ese animal es la mejor imagen de dios que he visto).
Pese a que hasta ese momento habíamos estado solos, un tarado portando un celular con cámara salió de la nada, y desconociendo el significado de la palabra zoom, comenzó a avanzar hasta el halcón, dispuesto a fotografiarle -más bien a fotocopiarle- la retina. (Interrumpir la realidad, para tomar una de esas foticos digitales, como si unos pobres pixels pudiesen de verdad sustituir a una vivencia, es uno de los peores actos de mal gusto de la sociedad contemporánea. Eso, y el que aún no se hayan inventado las curitas para negros). El ave agarró su pichón y se fue, dejando una estelita de plumas como la del correcaminos. Le seguí con la vista y pude ver que se posaba en un árbol cercano, donde no pudo quedarse a cenar porque los pajaritos que allí tenían su nido comenzaron a gritarle que se fuera. Así, el halcón fue cargando su botín de árbol en árbol, siendo expulsado de cada uno la avecillas furiosas. (Sí, el tema de la vivienda en Nueva York es duro para todos).
Finalmente, el halcón se posó en un árbol deshabitado. Nos colocamos bajo él, y le vimos desplumar a la paloma. En segundos, bajo el árbol llovían plumas, que bajaban como en cámara lenta, semejando esas semillas que rotan como helicópteros. Estuvimos allí, bajo esta lluvia surreal y poderosa, y luego nos fuimos, convencidos de que Matías tenía razón: estábamos en un lugar mágico.
A veces sospecho que la receta para la felicidad consiste en invocar a los fantasmas, pero rezarle a los vivos. Después de todo, es de los vivos de quienes espero los mayores milagros. Harry Houdini prometió a su esposa regresar del más allá si encontraba la forma, pero tardó tanto que a la pobre mujer no le quedó otra que irlo a buscar. Sin embargo, y hasta el día en que la Muerte los hizo coincidir de nuevo, ella jamás perdió la fe en su marido. ¿Cómo iba a perderla? No creer en que los muertos regresan al mundo de los vivos es simplemente no creer en la plegarias, pues si desde que el mundo es mundo los hombres han hablado de fantasmas y ese deseo a coro no los puede materializar, rezar no sirve para nada.
-¡Muerto! -la voz del forense retumbó en la morgue, vacía excepto por dos cadáveres aún vestidos que dormían sobre las mesas de un acero más indiferente que frío- Mi esposa tiene tres días diciendo que yo estoy muerto. Si le hablo me ignora, si me le planto en frente hace como que no me ve. ¡Ayer metió un hombre en mi cama!
-¿Y el hombre no te vio? -preguntó el patólogo.
-¡Claro que me vio! Me vio y me oyó, cuando le grité que qué hacía en la cama con mi esposa.
-¿Y tu esposa qué dijo?
-Le dijo al muy maldito que yo era un fantasma, y siguieron cogiendo de lo lindo.
Diez años trabajando en esa morgue habían acostumbrado al patólogo a las desgracias absurdas, por eso se aproximó a la primera mesa sin dar importancia a lo que acababa de oír, levantó la sábana tendida sobre el fakir y preguntó:
-¿Y éste de qué murió?
-Ataque fulminante al corazón -el forense consultaba la tablilla colgada a los pies del muerto- sólo hay que lavarlo, porque el hombre justo esta mañana le había vendido su cuerpo a la universidad. Nada mas firmar el contrato, cayó muerto.
-¡Qué oportuno! -comentó distraído el patólogo, levantado la sábana que cubría al segundo cadáver- ¿y éste?
-Apuñalado. No tiene nombre, ni documentos, ni nada.
-¿Tienes hambre? -graznó el patólogo como única respuesta.
-Sí, la verdad. Con el cuento de que estoy muerto mi mujer ya no cocina.
-Pues vamos a comernos una hamburguesa aquí al lado y después nos encargamos de este par. Así aprovecho de contarte cómo me fue en mi cita con la taxidermista.
-¡Perfecto!
El eco de la voz de los hombres abandonó por completo aquella salita fría. El fakir se levantó de golpe, tiró al suelo la sábana que lo cubría y se estiró como un gato que acabase de dormir una larga siesta.
Tras quedarse sin trabajo en un programa sabatino de variedades, cuando la gente se cansó de verlo pisar carbones encendidos o perforarse los párpados con clavos ardientes y el rating de su sección bajó, el fakir se dedicaba al negocio de vender su cuerpo. No como esas damas consagradas a la profesión mas antigua del mundo, sino de verdad. De ciudad en ciudad y de país en país, él y su esposa iban visitando laboratorios y universidades que pagaban bien por un cadáver fresco y entero. Acordada la transacción firmaba todos los papeles y entonces, requerido como estaba de dinero inmediato, hacía gala de su dominio físico y moría "casualmente" frente a todo el mundo. Paralizaba su corazón a voluntad y se tendía en el suelo tan quieto que podía sentir cómo le crecían las uñas, en una actuación que -sin importar la opinión de los productores televisivos que lo echaron a la calle, obligándolo a esta vida de estafas ambulantes- era perfecta. La universidad se hacía cargo del cuerpo, su esposa recibía el pésame, simulaba dos lágrimas, se llevaba el cheque y lo esperaba en casa, pues el fakir aprovechaba el primer instante en que lo dejaban solo para levantarse y escapar.
La de hoy había sido una jornada más larga de lo habitual, y luego de mantener pasmados sus signos vitales todo el día, estaba ansioso por marcharse. Una vez que sus ojos se acostumbraron a la penumbra de la morgue dio un paso sigiloso hacia la puerta y en ese instante escuchó un ruido. No estaba solo. Supo que no había tiempo para hacerse el muerto de nuevo y giró la cabeza despacio en dirección a lo que él pensaba serían los doctores pero resultó para su sorpresa el hombre sin nombre de la camilla de al lado, que se había levantado también y lo miraba con el aire casual de dos colegas que se encuentran frente al termo de café de la oficina. Pasado el susto inicial, el fakir se enfureció por la imprevista competencia y decidió poner al tipo en su lugar antes que el muy sinvergüenza fuese a tomarle el gusto a la faena.
-¿Qué tal? -dijo el fakir forzando un tono amistoso.
-Bien -contestó el hombre sin nombre- esto no es tan horrible como pensé.
-No, no lo es. A la tercera vez ya es pan comido -prosiguió el come-clavos con ironía dulzona.
-¿Tercera? ¿Has hecho esto antes?
-Montones de veces.
-Entonces es verdad que uno regresa…
-Claro que uno regresa -el tono del fakir fue increscendo hacia la ira acompañado por las venas de su cuello- Es tentador, ¿no? Fácil y se gana buen dinero, pero esta es tu primera y última vez, ¿comprendes chico listo? ¡Última! No te acostumbres. No le tomes cariño a la idea porque no te quiero ver de nuevo, ¿está claro? Si vuelvo a encontrarme con tu estúpida cara te va a ir mal. ¿Vas captando? No te quiero en mi camino. Así que lárgate de aquí y no vuelvas a meter la narices donde no te llaman. ¿Entendido? -e inclinándose sobre el cada vez más pequeño hombre sin nombre- ¡Largo!
Aterrado, el hombre sin nombre palideció, dio tres pasos hacia atrás y luego de girarse violentamente salió corriendo hacia la pared. Iba tan asustado que siguió sin detenerse y la atravesó en forma limpia, desvaneciéndose entre las baldosas de cerámica verde aséptico.
El fakir miró de nuevo a la camilla donde el hombre sin nombre había estado, comprobó que su cadáver seguía allí y comenzó a sudar signos de exclamación. Conforme las piernas le flaquean al punto de casi no poderlo sostener y un vacío peludo se le instalaba en la boca del estómago, trató de mirar de nuevo a la pared, como para rehacer el camino que el fantasma había trazado, pero no pudo ver pues el corazón de tanto latir se le estaba saliendo por los ojos. Sintió que se iba a morir por segunda vez en el día, ahora de verdad, y decidió pedir ayuda.
Afuera todo estaba tranquilo y el portero, un gordo panzón y ruidoso, masticaba maní mientras miraba abandonado del mundo un capítulo añejo del show de Lucille Ball, abstraído al punto de ser sólo quijada y ojos. Por eso cuando el fakir avanzó lívido tras él y lo tocó en el hombro para pedirle un vaso de agua con que calmar su pánico, el pobre gordo se atragantó del susto, jurando que había visto un muerto.
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Enrique Enriquez (IM)
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