FRAGMENTOS PARA LOBOS (Mientras llueve allá afuera)
Humberto Valdivieso
1.- Un poco de placer es lo que todos buscamos. Sabemos que está en la casa, en la calle, en un beso, en la sangre y en las ideas. Soy un buscador de sensaciones que no me pertenecen, un espía anónimo que encuentra alguien como tú y le sigue hasta que encuentra a otra persona también como tú. Me gustan los días con lluvia pues el agua exacerba los deseos de la gente. Un chocolate caliente, unas piernas que se juntan inesperadamente bajo las sábanas, una mujer que compra un perfume mientras amaina el aguacero, alguien que duerme. Pequeños placeres, momentos íntimos que saboreamos rápido. No son de los que se piensan todos los días: pueden pasar años guardados en una gaveta. No en aquella de uso más frecuente sino en la más modesta, en la que se llena de polvo y con la cual tropezamos sin querer en otra tarde de lluvia.
2.- Una taza llena de murmullos es algo que todos los mamíferos podemos escuchar. No importa si está servida en casa o en algún lugar de tránsito; en tiempos como estos sus amargas palabras no ofrecen tregua. Mujeres con olfato han dejado marcados sus labios en ella mientras bebían los deseos de los que jamás las tendrían, hombres enmascarados vaciaron ahí algunas lágrimas que sabían a imprudencia, amantes que volaban sobre Caracas la escondieron mientras rompían su mente rastreando un lugar donde estuviese lloviendo. Como había luna llena los dementes no la tocaron, solo comenzaron a aullarse unos a otros.
3.- Un eremita que vivía en Los Palos Grandes trató de leer el destino de dos que se perseguían en un bosque. Estaba en Café Arábiga cuando rompió la taza. No soportó el aroma de los comentarios que quedaban en el fondo. Antes de llegar a la Séptima avenida, justo frente a la casa donde un árbol se aferra a la parte superior de la fachada, fue despedazado por una manada de lobos blancos. Nadie volteó, sus gritos no eran para los humanos: ellos estaban haciendo el amor.
4.- El spray que cambia de cuerpo lo utilizaban los homosexuales mientras olfateaban sus heridas después de una noche de sexo. Las mañanas no piden permiso para explicar lo que sucede durante las rojas madrugadas. Unos se tiñen el pelo con mechones de colores, otros afeitan su cuerpo con hojillas inalámbricas y los desprevenidos festejan a la salida de los laboratorios. Durante el día las manadas se cruzan en la calle sin reconocer el olor de sus iguales, a las siete de la noche todos encuentran una moneda de plata, un lápiz labial y un abrigo de piel.
5.- Cuando sentía ansiedad me balanceaba hacia delante y hacia atrás. Estaba seguro de que aquello no iba a tener ningún efecto sobre mis emociones y mucho menos haría que mis pensamientos dejaran de arañarme. Desde ahí podía ver el monitor ausente de mensajes y palabras. Ella decía que las palabras eran una buena compañía y para mí siempre fueron un frasco de píldoras que tragaba con frecuencia.
6.- Las huellas de labial sobre la almohada trazan el mapa que nadie se atreve a recorrer. No obstante, hay manos que exploran cuerpos mientras los ojos permanecen cerrados. Nada buscan, sólo están cumpliendo un ritual de apareamiento. Manos sobre manos, aullidos y lenguas sobre lenguas que cubren sábanas y ojos sedientos. Ella carga sobre su espalda miles de mordidas y aún así no olvida el olor de la manada. Sabe que nadie escoge su momento, por eso, mientras los otros se matan por una presa, ella lo espera, a oscuras, en la habitación.
7.- Tú, que nunca saliste de la habitación ahora estás condenada a cerrar las grietas de mi piel. Cuando viajábamos sobre nuestros paladares como dos adolescentes la gente se preguntaba si habíamos pecado alguna vez. Yo mostraba tu tatuaje y tú, sonriente, levantabas mi cabello para dejar ver la cicatriz. Éramos una pareja de circo, unos criminales, dos balas perdidas que estallaban en cuerpos desesperados y hambrientos. Saltábamos de ciudad en ciudad cantando rock and roll en bares underground y haciendo el amor en los baños públicos. Nunca seguimos a los socialistas porque nos daban náuseas, nunca entramos a una iglesia por temor a desaparecer; jamás robamos un banco. Durante años nos encerramos a ver TV y fuimos humildes. Así vivimos hasta que llegó el zarpazo y me dejó aquí, sangrando, abrazado a tu pecho.
8.- Cuando eran seres humanos amaron a sus iguales a tiempo y con mucha desesperación. Durante el día atendían cafés, hacían masajes, daban clases y algunos hablaban por televisión. Las noches de luna no soportaban el olor a sexo y desaparecían de los balcones de sus amantes. Nadie podía sospecharlo pero tenían rutas fijas y sitios de reunión que cambiaban dependiendo de la manada. Algunos, luego de encontrarse en un mirador, recorrían la avenida en dirección al oeste y, antes de llegar al bosque, volteaban en la esquina de la casa donde un árbol se aferra a la parte superior de la fachada. Ahí la calle estaba siempre encharcada, con olor a desperdicios y láminas de piel.
9.- Una vez, huyendo de la policía, llegaron por azar a una plaza donde todos estaban rezando con las manos aferradas a las manos. Tuvieron éxito pues consiguieron una excusa para vomitar hasta el último trago de ideología y hacer penitencia. Cuando lograron pasar desapercibidos penetraron el pecho de los fieles con sus dientes y, mientras aquellos gritaban de dolor, volvieron mansos hacía los balcones.
10.- Un día que todo estuvo en calma meditaron, uno frente al otro, como si no hubiesen herido a nadie. Cuando llegó la madrugada vistieron ropa adecuada y saludaron a la gente con ademanes nocturnos. Luego caminaron largas horas con las lenguas aferradas a las lenguas. Hasta la próxima luna.
11.- Los anacoretas de Los Palos Grandes ninguna vez obsequiaron un segundo de atención a los lobos, a los vampiros ni a los que tragan sal. Sólo existían para sus espaldas atormentadas por la vara, para los que rezan dentro de taxis imparables y para aquellos capaces de besar sus heridas de madrugada. Los lobos conocían el destino de aquellos santos y sonrieron.
12.- Muertos de hambre, en manada y a tiempo comieron juntos lo que dejaron sobre la mesa esos que hablaban de amor. Ellos llegaron luego pues no estaban invitados al festín de los que jamás se rendían. Hubo palabras, gruñidos, gemidos, aullidos, gritos y mordiscos. Luego, mientras la mayoría dormía la siesta, unas manos inquietas estuvieron abriendo surcos sobre la espalda deseada: sin inocencia.
13.- Una noche luna sobre Caracas, para dejar salir las miradas de la casa de ella y los tatuajes de la vida de él, se amaron desesperadamente. Y tuvieron suerte, de no morir.
1.- Un poco de placer es lo que todos buscamos. Sabemos que está en la casa, en la calle, en un beso, en la sangre y en las ideas. Soy un buscador de sensaciones que no me pertenecen, un espía anónimo que encuentra alguien como tú y le sigue hasta que encuentra a otra persona también como tú. Me gustan los días con lluvia pues el agua exacerba los deseos de la gente. Un chocolate caliente, unas piernas que se juntan inesperadamente bajo las sábanas, una mujer que compra un perfume mientras amaina el aguacero, alguien que duerme. Pequeños placeres, momentos íntimos que saboreamos rápido. No son de los que se piensan todos los días: pueden pasar años guardados en una gaveta. No en aquella de uso más frecuente sino en la más modesta, en la que se llena de polvo y con la cual tropezamos sin querer en otra tarde de lluvia.
2.- Una taza llena de murmullos es algo que todos los mamíferos podemos escuchar. No importa si está servida en casa o en algún lugar de tránsito; en tiempos como estos sus amargas palabras no ofrecen tregua. Mujeres con olfato han dejado marcados sus labios en ella mientras bebían los deseos de los que jamás las tendrían, hombres enmascarados vaciaron ahí algunas lágrimas que sabían a imprudencia, amantes que volaban sobre Caracas la escondieron mientras rompían su mente rastreando un lugar donde estuviese lloviendo. Como había luna llena los dementes no la tocaron, solo comenzaron a aullarse unos a otros.
3.- Un eremita que vivía en Los Palos Grandes trató de leer el destino de dos que se perseguían en un bosque. Estaba en Café Arábiga cuando rompió la taza. No soportó el aroma de los comentarios que quedaban en el fondo. Antes de llegar a la Séptima avenida, justo frente a la casa donde un árbol se aferra a la parte superior de la fachada, fue despedazado por una manada de lobos blancos. Nadie volteó, sus gritos no eran para los humanos: ellos estaban haciendo el amor.
4.- El spray que cambia de cuerpo lo utilizaban los homosexuales mientras olfateaban sus heridas después de una noche de sexo. Las mañanas no piden permiso para explicar lo que sucede durante las rojas madrugadas. Unos se tiñen el pelo con mechones de colores, otros afeitan su cuerpo con hojillas inalámbricas y los desprevenidos festejan a la salida de los laboratorios. Durante el día las manadas se cruzan en la calle sin reconocer el olor de sus iguales, a las siete de la noche todos encuentran una moneda de plata, un lápiz labial y un abrigo de piel.
5.- Cuando sentía ansiedad me balanceaba hacia delante y hacia atrás. Estaba seguro de que aquello no iba a tener ningún efecto sobre mis emociones y mucho menos haría que mis pensamientos dejaran de arañarme. Desde ahí podía ver el monitor ausente de mensajes y palabras. Ella decía que las palabras eran una buena compañía y para mí siempre fueron un frasco de píldoras que tragaba con frecuencia.
6.- Las huellas de labial sobre la almohada trazan el mapa que nadie se atreve a recorrer. No obstante, hay manos que exploran cuerpos mientras los ojos permanecen cerrados. Nada buscan, sólo están cumpliendo un ritual de apareamiento. Manos sobre manos, aullidos y lenguas sobre lenguas que cubren sábanas y ojos sedientos. Ella carga sobre su espalda miles de mordidas y aún así no olvida el olor de la manada. Sabe que nadie escoge su momento, por eso, mientras los otros se matan por una presa, ella lo espera, a oscuras, en la habitación.
7.- Tú, que nunca saliste de la habitación ahora estás condenada a cerrar las grietas de mi piel. Cuando viajábamos sobre nuestros paladares como dos adolescentes la gente se preguntaba si habíamos pecado alguna vez. Yo mostraba tu tatuaje y tú, sonriente, levantabas mi cabello para dejar ver la cicatriz. Éramos una pareja de circo, unos criminales, dos balas perdidas que estallaban en cuerpos desesperados y hambrientos. Saltábamos de ciudad en ciudad cantando rock and roll en bares underground y haciendo el amor en los baños públicos. Nunca seguimos a los socialistas porque nos daban náuseas, nunca entramos a una iglesia por temor a desaparecer; jamás robamos un banco. Durante años nos encerramos a ver TV y fuimos humildes. Así vivimos hasta que llegó el zarpazo y me dejó aquí, sangrando, abrazado a tu pecho.
8.- Cuando eran seres humanos amaron a sus iguales a tiempo y con mucha desesperación. Durante el día atendían cafés, hacían masajes, daban clases y algunos hablaban por televisión. Las noches de luna no soportaban el olor a sexo y desaparecían de los balcones de sus amantes. Nadie podía sospecharlo pero tenían rutas fijas y sitios de reunión que cambiaban dependiendo de la manada. Algunos, luego de encontrarse en un mirador, recorrían la avenida en dirección al oeste y, antes de llegar al bosque, volteaban en la esquina de la casa donde un árbol se aferra a la parte superior de la fachada. Ahí la calle estaba siempre encharcada, con olor a desperdicios y láminas de piel.
9.- Una vez, huyendo de la policía, llegaron por azar a una plaza donde todos estaban rezando con las manos aferradas a las manos. Tuvieron éxito pues consiguieron una excusa para vomitar hasta el último trago de ideología y hacer penitencia. Cuando lograron pasar desapercibidos penetraron el pecho de los fieles con sus dientes y, mientras aquellos gritaban de dolor, volvieron mansos hacía los balcones.
10.- Un día que todo estuvo en calma meditaron, uno frente al otro, como si no hubiesen herido a nadie. Cuando llegó la madrugada vistieron ropa adecuada y saludaron a la gente con ademanes nocturnos. Luego caminaron largas horas con las lenguas aferradas a las lenguas. Hasta la próxima luna.
11.- Los anacoretas de Los Palos Grandes ninguna vez obsequiaron un segundo de atención a los lobos, a los vampiros ni a los que tragan sal. Sólo existían para sus espaldas atormentadas por la vara, para los que rezan dentro de taxis imparables y para aquellos capaces de besar sus heridas de madrugada. Los lobos conocían el destino de aquellos santos y sonrieron.
12.- Muertos de hambre, en manada y a tiempo comieron juntos lo que dejaron sobre la mesa esos que hablaban de amor. Ellos llegaron luego pues no estaban invitados al festín de los que jamás se rendían. Hubo palabras, gruñidos, gemidos, aullidos, gritos y mordiscos. Luego, mientras la mayoría dormía la siesta, unas manos inquietas estuvieron abriendo surcos sobre la espalda deseada: sin inocencia.
13.- Una noche luna sobre Caracas, para dejar salir las miradas de la casa de ella y los tatuajes de la vida de él, se amaron desesperadamente. Y tuvieron suerte, de no morir.
3 Comments:
Instinto, emociones básicas, naturaleza animal..
No hay palabras, expresa tantas emociones instintivas y lo hace a la perfección.. El escritor llegó a un nivel de comprensión lupina, y humana al que pocos pueden llegar. Luego de esta lectura procederé a lamer mi pecho buscando meditación y seguiré sigzageando por las avenidas buscando el olor de mi manada. Seguramente escucharé imperceptibles aullidos y terminaré oculta en algún lugar de Caracas, bajo la lluvia, con una víctima atrapada entre mis dientes. Felicitaciones, excelentes fragmentos.
En el fondo, ¿Que diferencia a los humanos, vampiros y lobos? ¿Será posible que la línea divisoria sea cada día más delgada?
Amo tus fragmentos, Humberto Valdivieso, espero que sigamos viendo estas muestras tan tuyas que nos conectan con nuestro mundo interno, terrenal y trascendental.
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